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Jay Jay Okocha, el “mago del fútbol” que asegura que hoy “valdría USD 190 millones”: de los lujos que inspiraron a Ronaldinho al gol que enamoró a Klopp

Augustine Okocha
Okocha, en un partido de exhibición con la casaa de Nigeria (Eddy LEMAISTRE/Corbis via Getty Images) (Eddy LEMAISTRE/)

“La pelota era nuestro único juguete, era donde podíamos expresar nuestra alegría, nuestra libertad sin ningún gerente, nadie regañando, diciéndote qué hacer. No me enseñaron a jugar al fútbol; salí y comencé a jugar porque amo el juego. Puedes imaginar lo bueno que fue tener siempre tu juguete y que te paguen por tenerlo”.

Augustine Okocha nunca dejó de jugar, como si siempre corriera en una polvorienta cancha delimitada por la fe en su Enugu natal. En una época en la que la pizarra vale más (o mata, en muchos casos) la imaginación, Jay Jay (apodo que heredó de su hermano James) jugó a jugar, a divertir y a divertirse, a inventar acciones a las que patentó y nombró o hizo nombrar, y luego nadie pudo imitar.

“No me enseñaron a jugar al fútbol; salí y comencé a jugar porque amo el juego”, es otra de las declaraciones que lo definen. Dejó un legado saltando a la élite desde el siempre postergado continente africano. Imposible encasillar al inasible Augustine. Volante ofensivo, mediapunta, organizador de juego caótico, con un uno contra uno letal, y una creatividad ante la que se quitaron el sombrero figuras de la talla de Ruud Gullit, Jürgen Klopp o Ronaldinho, quien lo tomó como espejo, y basta con repasar el repertorio de lujos del brasileño como para entender el por qué.

Del Enugu Rangers de Nigeria al fútbol alemán. De allí a Turquía, el PSG de Francia, o la Premier League. A disputar tres Mundiales con su país y colgarse la histórica medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 tras superar a la Argentina en la definición. Hitos que lo llevaron a ser considerado uno de los mejores jugadores africanos de toda la historia. O a que Pelé lo incluyera en el top 100 de los mejores futbolistas vivos cuando la FIFA le encargó tan especial nómina. Okocha nunca pasó inadvertido. Ni siquiera cuando intentó hacerlo.

1990, Alemania acababa de quedarse con el Mundial de Italia. Jay Jay visitó el país durante sus vacaciones. Los botines eran parte de su outfit natural. Su amigo Binebi Numa jugaba en Tercera División con el Borussia Neunkirchen. Una mañana, el enlace decidió acompañarlo al entrenamiento. Aquí, la historia se diversifica en dos versiones. Una indica que el orientador, enterado de que era un futbolista en formación, lo invitó a tomar parte de la práctica. La otra: que el propio jugador consultó si podía ensayar un poco con el equipo. Uno, dos, tres movimientos con su sello alcanzaron para impresionarlo. “¿Puedes volver mañana”, le preguntó. La leyenda cuenta que ya lo esperaron con un contrato y el bolígrafo enarbolado.

La puerta del fútbol grande estaba abierta. Y fue en el Eintracht Frankfurt el sitio donde sus fintas heterodoxas terminaron de llamar la atención. Sobre todo un gol, en 1993, que Jürgen Klopp definió como “el mejor de la historia de Bundesliga”. La víctima fue ni más ni menos que Oliver Kahn, que defendía la valla del Karlsruher. Okocha acompañó un contragolpe y recibió el toque de un compañero que adelantó de más el balón y quedó de espaldas al portero. Allí, el fantasista enganchó, una, dos veces para desparramar al mítico guardameta, dibujó otra finta para dejar fuera de combate a un defensor; al verse rodeado por dos rivales volvió a quebrar la cintura por duplicado y, al detectar el hueco, definió cruzado de zurda. “¡Pasaron como cinco minutos de Kahn y sus defensores tirándose al suelo antes de que pusiera el balón en la red!”, sostuvo la sorpresa Klopp en una entrevista que brindó años después en The Guardian. En 2016, Kahn, que supo erigirse como una leyenda del Bayern Múnich, evocó la conquista y, entre risas, confesó que todavía le duraba el mareo.

De Frankfurt saltó a Turquía y tras dos años allí en los que anotó 30 goles cautivó al PSG, que pagó 16 millones de euros por su ficha y donde también dejó huella con su magia. En la institución, que lo cobijó como una de sus deidades, pero también en un compañero que traía los lujos en su ADN, aunque a su lado terminó de desatarse. Un tal Ronaldinho. “Es el mejor jugador con el que he jugado, porque juegas con alguien que es como tú, no necesitas comunicarte para entenderte. Con solo mirar su actitud sabes qué hacer”, llegó a decirle a Goal sobre la química que se formó entre ambos.

Dinho, que traía en su sangre la alegría brasileña por el fútbol, supo aceptar que Jay Jay fue una de sus grandes inspiraciones. “Los N° 10 que siempre admiré: Okocha y el Pibe Valderrama”, publicó en su momento en Instagram, ubicándolo en el pedestal. Tras cuatro años iluminando París con sus lujos, la Premier League le abrió sus puertas. Y en el Bolton Wanderers desbloqueó un nuevo nivel de jugadas de alta factura, muchas de ellas tan inéditas que hasta tuvieron que ponerles un nombre.

El “tiro del plátano”, por ejemplo. Así fue bautizado su tiro libre que ejecutó con el revés del pie ante el Aston Villa, logrando que la pelota sorteara la barrera para encontrarse con la red. Ese “efecto banana” que tomó el balón requirió un rótulo tan especial como su autor. “Youri (Djorkaeff, campeón del mundo con Francia en 1998) estaba a mi lado, y le dije, ‘da un paso atrás, quiero probar algo’. Él me respondió: ‘¿Estás enojado?’. E insistí: ‘No te preocupes’. Cuando funciona lo que pruebas, se ve muy bien, si no te ves estúpido, pero nunca fui tímido a la hora de tomar riesgos y probar cosas”, detalló la secuencia que derivó del impulso espontáneo de creatividad.

Hay más en su manual, que tuvo mayor exposición en Inglaterra. Como el “sombrero flick” para salir del encierro como un ilusionista ante el Arsenal en 2003. O el truco para desarmar en un único movimiento a David Beckham y Roy Keane contra el Manchester United. Todas jugadas que definen a Jay Jay Okocha. Que participó de tres Mundiales (Estados Unidos 94, Francia 98 y Corea-Japón 2002) pero su trascendencia, por ejemplo, no le alcanzó para ganar el Balón de Oro en su continente.

No le hizo falta para dejar un legado. Tras una temporada en Qatar y un regreso a Gran Bretaña (con la indumentaria del Hull City), el hechizo ante los grandes reflectores se apagó. Pero le hizo una reverencia a su leyenda, que alimenta como embajador del fútbol africano, de su Nigeria natal, o participando de distintos eventos deportivos. También en sus incursiones en redes: en su cuenta de Twitter (en cuya biografía se rotula como “el mago del fútbol”), por caso, ostenta casi 225.000 seguidores.

Y con la “fundación Jay Jay Okocha”, que “trabaja activamente para encontrar jóvenes futbolistas talentosos sin recursos en diferentes regiones de Nigeria para brindarles oportunidades y una educación”.

Son las mismas oportunidades que él se ganó jugando, con el mismo espíritu del pequeño que corría fascinado detrás de su único juguete. Al que tanto cuidó, al punto que hace unos días llegó a asegurar que “en la actualidad mi ficha valdría 190 millones de dólares. Con mis asistencias, mis regates. Chelsea pagó 120 millones por Enzo Fernández, un mediocampista defensivo”.

“El mundo del fútbol empezó a pagar mucho dinero por eso. Seguramente ese sería el número para jugadores de esta calidad. ”, declaró en una entrevista con el diario Hurriyet de Turquía. Basta con recorrer con afán de disfrute la galería de videos incluidos en este artículo para rendirse ante su sentencia y darle la derecha…

Ronaldinho, Clarence Seedorf y Okocha: fútbol en estado puro (AP Photo/Dmitri Lovetsky)
Ronaldinho, Clarence Seedorf y Okocha: fútbol en estado puro (AP Photo/Dmitri Lovetsky) (AP/)

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