Jugó con Riquelme y Palermo en Boca, hizo su carrera en Indonesia y cuenta los secretos de su fútbol: “Por ahí se comen una hamburguesa en el entretiempo”
“Hay una euforia total por la selección argentina. Se vendieron 80 mil entradas en muy poco tiempo, a 600 dólares cada una. Se agotó rapidamente porque lo que genera nuestra Selección en Asia es impresionante”, revela Gustavo Chena, un ex futbolista argentino que vive en aquel país asiatico desde hace 15 años.
El volante central nació el 16 de agosto de 1982 en Santa Fe. Desde chico se incorporó a las Divisiones Inferiores de Colón y cuando ya estaba un poco más grandecito fue a probar suerte a Independiente de Avellaneda. Hasta qué en el 2000 arribó a Boca Juniors para jugar dos años en la Reserva, previo llamado de Carlos Bianchi para que integre el plantel de Primera División, siendo parte de la época dorada del club junto a Hugo Ibarra, Sebastian Battaglia, Mauricio Serna, Cristan Traverso, Juan Roman Riquelme, Guillermo Barros Schelotto y Martin Palermo, entre otros.
“Bianchi me sube a Primera, pero debuté con Alberto Márcico y el profesor Oscar Tabárez como entrenadores. Mi representante era muy conflictivo y por ahí pensó que yo merecía más de lo que me estaban ofreciendo. Entonces, empezó a generar varios problemas. El Virrey me subió y me bajó de la pretemporada en Tandil. Un día, estaba arriba del micro junto a mis ex compañeros y vino Santella a decirme que no podía ir”, sostuvo Chena, que apenas disputó dos partidos oficiales con la casaca Azul y Oro, frente a Independiente y a Newells por el Clausura 2002.
Producto de estos problemas internos con la dirigencia comandada por Mauricio Macri, fue llevado por Carlos María García Cambón (que lo dirigió en la Reserva xeneize) al Persija de Yakarta, donde tuvo oportunidades y hasta convirtió un par de goles. Pero, ya sin el técnico argentino en el banco, fue perdiendo terreno y en el 2005 decidió pegar la vuelta para jugar en el Ascenso del fútbol argentino. Tras un par de años, decidió volver a las tierras asiáticas para sumarse al Persebaya Surabaya y posteriormente ser transferido al PSMS MEDAN, antes de retirarse en el Gresik United con 34 años.
“No voy a volver a vivir en la Argentina por pedido de mi familia. Hace un par de años apostamos por Santa Fe, pero nos fue muy mal. Habíamos llevado unos ahorros para iniciar unos negocios, y en ese transcurso nos entraron a robar a mi casa. No es fácil ver a tus hijos con un arma en un arma en la cabeza”, describe desilusionado el hombre de 40 años en diálogo con Infobae.
– ¿Qué es de tu vida?
– Abrí una academia grande de fútbol en Indonesia. Cuando estuve desarrollándome como profesional, noté que faltaba una base en este deporte. Por este motivo, decidí abrir una escuela para chicos de entre 6 y 14 años.
– ¿Incursionaste también en el rubro textil?
– Sí, tengo una marca de ropa y decidí hace dos meses iniciar este proyecto. Además, estoy analizando otras opciones para seguir invirtiendo con la idea de continuar vinculado a este deporte.
– ¿Qué diferencia existe entre el fútbol argentino y el indonesio?
– Es totalmente diferente en cuanto a la cultura y el deporte en sí. En Indonesia son re contra súper fanáticos como en nuestro país, ya que te llenan los estadios con 80 mil espectadores, pero carecen de una base futbolística. Es como que les interesa más lo instantáneo. Llevan jugadores de renombre, pero no tienen una base para los locales y creen que un chico de 22 años es joven para desarrollarse en la Primera División. En cambio, en Argentina a los 17 ya están debutando en la máxima categoría. Además, lo que se refiere a la conducta también es muy diferente, especialmente en las comidas, ya que están muy lejos de lo que somos nosotros.
– ¿Cómo se manejan allá con las comidas?
– Es uno de los grandes problemas en el fútbol, porque los juveniles y los profesionales no tienen una educación y se comen un pollo frito previo a un partido o, en el entretiempo se alimentan con una hamburguesa, chocolates o donas. Hace tiempo que mantienen esta costumbre porque no lo quieren cambiar, ya que han ido técnicos con la idea de implementar una dieta, pero sinceramente no se adaptan. Es decir, deben arrancar con una base para ir guiándolos a tener una conducta alimenticia y educarlos un poquito para que les sirva en el día de mañana.
– ¿Cómo reaccionaste al ver que un compañero se comía una hamburguesa en el entretiempo?
– Un día, jugando en uno de los clubes me peleé con los dirigentes porque terminado el primer tiempo, en el vestuario, en lugar de tener una mesa llena de frutas, yogurt o cereales, había una caja de pizza y de donas (risas). Yo les decía: “Están locos, cómo se van a comer una dona antes de salir a jugar el segundo tiempo”. Pero como están acostumbrados a eso, si no lo hacen se sienten mal. Entonces, debería ser parte de una educación que nunca tuvieron. Recién ahora están innovando con academias de fútbol para chicos de 12 años en adelante. Igualmente, está cambiando bastante este deporte porque hay muchos técnicos extranjeros y se están acomodando. Pero están bastante lejos de lo que somos nosotros.
– ¿El fútbol es el deporte más popular de Indonesia?
– Es uno de los más populares. Un poco más arriba está el bádminton, que es como el tenis pero con una raqueta chiquita. El fútbol está alcanzando un alto nivel. Yo llegué en el 2003 a este país, y en 20 años cambió para mejor. Siguen teniendo muchas falencias que a esta altura no sabemos si no quieren corregir o no quieren darse cuenta, pero es como que no les interesa y están más enfocados en otra cosa.
– ¿Qué otras falencias tienen?
– Además de las comidas, el gimnasio y los entrenamientos. En los últimos cinco años, fui capitán en los equipos donde jugué y podía manejar el grupo. Pero cuando era más chico y recién me estaba adaptando, había compañeros que le decían al preparador físico “hoy no corremos”. Y no se corría.
– ¿Se rebelaban?
– Sí, tal cual. Hubo un entrenador argentino, Luis Manuel Blanco, que dirigió a la selección de Indonesia y se fue corriendo porque los futbolistas no le hacían caso; quiso implementar todo de golpe y no pudo cambiar nada. Yo le dije “tenés que ir despacio porque ellos no están preparados”. Asumió con la idea de meter dietas, entrenamientos de alto rendimiento, como corresponde, y se le plantaron los futbolistas. Un día, llegó al entrenamiento y los jugadores de la selección estaban sentados alrededor de la cancha y le dijeron “no entrenamos”. Al mes, tuvo que renunciar porque no se querían adaptar a su método de trabajo. Son muy cerrados los indonesios.
– ¿Estos jugadores viven económicamente del fútbol?
– Lo que es Primera División, todos viven del fútbol. En mi época no se pagaba lo que se abona ahora; cobrábamos un poco menos. Hoy, la base de un jugador es de 150 mil dólares anuales limpios. Luego, te dan departamentos, autos y te pagan pasajes de avión, comidas y premios. Cuando llegué, los sueldos eran más reducidos. En la actualidad, son 18 equipos compitiendo en Primera y en mi época, 30.
– ¿Pudiste adaptarte a la cultura local?
– En lo que se refiere a su cultura, mientras la respetemos está todo bien. Vive mucha gente musulmana. En cuanto a la personalidad, es como en todos lados, hay buenos y malos. La comida es muy picante y comen arroz las 24 horas, como mínimo, seis o siete veces al día. Si no tienen arroz, es como que les falta el aire; son muy particulares.
– ¿Cómo tratan a los extranjeros?
– Siempre respetan al extranjero mientras hagas las cosas bien. El tema de la seguridad está muy bien comparado con la Argentina. Y en cuanto a la economía es de las más estable del mundo, posicionada entre las mejores cinco. El dólar desde que llegué en el 2003 a hoy se mantiene igual; pasaron pandemias y un montón de cosas, y no cambió nada. Indonesia está 10 veces mejor que Argentina. En lo que tiene que ver con el idioma, lo pude aprender en tres meses, y al año lo hablás a la perfección. Desde hace 15 años que estoy viviendo en este país. Al principio cuesta un poco adaptarse al clima tropical porque hay mucha humedad, pero con el tiempo lo pude hacer muy bien.
– ¿Cómo son los hinchas en las tribunas durante los partidos de fútbol?
– En lo que tiene que ver con los cánticos y el fanatismo depende del equipo al que sigas. Pasa como en la Argentina, que hay hinchadas que cantan todo el tiempo y otras sólo 15 minutos. En ese aspecto, lo asocio mucho a nuestro país. No hay barras bravas que van a ingresar al vestuario a apretarte. Capaz que se acercan a hablarte luego de un partido, pero no pasa a mayores. Sí hay hechos de violencia entre hinchadas que deja muertos, pero no usan armas de fuego, sino que se pelean mano a mano o con palos.
– ¿Que hay que conocer del seleccionado indonesio?
– Los futbolistas de la selección de Indonesia van a jugar más para sacarse una foto que por el partido en sí. Jugar contra la selección argentina significa tener la sensación de que más allá de intentar ganar el partido, estén cerca de los campeones del mundo. El entrenador es Shin Tae-yong y sabe manejar al equipo bastante bien.
– ¿Los futbolistas de la selección tienen buen nivel en la liga local?
– Sí, la mayoría sí. Igualmente, tienen nacionalizados a cuatro jugadores: dos holandeses, el español Jordi Amat y un inglés. Pero el nivel de estos chicos no difiere del resto de los integrantes del plantel. Estos cuatro fueron nacionalizados por el solo hecho de que jugaban al fútbol y eran de otros países. Muy lejos están del nivel de los argentinos, más allá de que progresaron mucho en los últimos años.
– ¿Cómo se vivió el último Mundial en ese país asiático?
. Una locura. Todos los restaurantes llenos, no había un lugar libre, más cuando jugaba Argentina. Cuando se consagró campeón, salieron todos a las calles a festejar en todas las ciudades del país. El seleccionado argentino genera una satisfacción muy grande en todo el planeta.
– Más allá de que desde el 2003 estás instalado en Indonesia, ¿qué costumbres argentinas conservás?
– La mayoría. Las comidas y el mate, particularmente. Cuando llegué hace 20 años me costó un poco adaptarme a la comida. Entonces, era pedir o ir a los restaurantes. Cuando nos íbamos de gira con el club, tenía que pedir un menú aparte porque no me gustaba para nada el que daban. Hoy, es un país en el que te dan mucha accesibilidad a distintas variables de comida. Si, por ejemplo, a las 3 AM tenés hambre, te pedís una hamburguesa, o algo de carne o pollo; es muy común. Cuando estás con tu familia, vas a un supermercado y comprás todo lo que necesitas. Desde el año pasado empezaron a vender yerba y fernet para no perder las costumbres (risas). También, asado, pero es un poco fea la carne. Pero lo que necesites, lo encuentras.
– ¿Cómo fueron tus inicios con la pelota?
– Desde chico me crie en Colón de Santa Fe. Allí, hice las Divisiones Inferiores. Luego, probé suerte en Independiente de Avellaneda, donde estuve una temporada. Desde el Rojo pasé a Boca Juniors con edad de Cuarta División. Jugué un par de partidos en la máxima categoría y alternaba con la Reserva. El tener un problema con mi representante hizo que saliera del Xeneize. Al quedar libre, Carlos María García Cambón me dijo “me voy a trabajar a Indonesia. Quieres venir conmigo, vamos a probar suerte allá”.
– ¿Qué le respondiste?
– Primero le dije que no, porque de haber tenido continuidad en Boca seguramente contaba con más posibilidad de irme a Europa que a Asia. Pero, al final, terminé diciendo que sí y me fui. Me sentí cómodo al llegar, me trataron muy bien y me quedé.
– ¿Difícilmente vuelvas a vivir en la Argentina?
– Sí, más cuando te adaptás a otro país y encontrás tranquilidad. Aparte, si tu mujer y tus hijos te piden no vivir en la Argentina, es complicado volver.
– ¿Por qué te lo pidieron?
– Porque hace un par de años atrás apostamos a vivir en la Argentina pero nos fue muy mal. Habíamos llevado unos ahorros para iniciar unos negocios y, en ese transcurso, nos entraron a robar a mi casa. Los ladrones estaban armados y mi hijos pasaron una muy mala situación. En ese momento, quisimos apostar a nuestro país y nos pasa eso. Así que ellos me pidieron no volver, y mucho más ahora si vemos cómo está la economía en nuestro país.
– ¿Dónde sufrieron el robo?
– En Santa Fe. Estaba con mi señora y los nenes. Fue a las dos semanas de haber regresado de Indonesia. La pasamos realmente muy mal porque no es fácil ver a tus hijos con un arma en la cabeza. Ni en tu propia casa estás seguro y fue uno de los puntos por los cuales decidimos no quedarnos a vivir en la Argentina. Eso nos llevó a tomar esta decisión.
– ¿Te quedó un buen recuerdo de tu paso por Boca?
– Fue una buena experiencia por todo lo que representa ese club. Es uno de los más grandes del mundo, en cuanto al trabajo e instalaciones de entrenamientos, además de su profesionalismo. Uno nunca quiere emigrar de una institución como esa. Cuando estás en el Xeneize, disfrutás de cada entrenamiento, de los partidos, y del día a día. Yo estuve entre el 2000 y 2002, y todo el tiempo estaban pendientes de si necesitás un psicólogo, una plantilla para los botines, si te duele esto o lo otro. En todo momento estaban pendientes de los jugadores. Cuando volvíamos de entrenar, almorzábamos, teníamos la cama tendida, estaba todo limpio, y luego merendábamos. El jugador tiene que vivir y estar para entrenar, concentrado en eso y en nada más. Una experiencia excelente, muy buena.
– ¿Compartiste plantel con Riquelme y Palermo en la época dorada?
– Sí. Eran unos monstruos. Estaban Román, Martín, Ibarra, el Pato Abbondanzieri. La verdad es que era un grupo hermoso y me llevo el cariño de los chicos que surgieron de las Inferiores como Cristian Giménez, Sebastián Battaglia y Nicolás Burdisso, que eran unos fenómenos. Sigo teniendo contactos con ellos. Es más, estuve en la despedida de Battaglia y nos volvimos a reencontrar luego de tanto tiempo.
– ¿Es cierto que en ese último partido de Sebastián, Bianchi no te reconoció?
– Sí. Es verdad. Lo vi a Carlos en el almuerzo antes de la despedida de Battaglia. Yo notaba que me miraba, me miraba, y no me reconocía. Hasta que me acerco y le digo: “¿Se acuerda de mí, Carlos?”. Me dice “Sí, ahora me acuerdo, Gustavo Chena”; y nos pusimos a hablar. Tengo una anécdota con Bianchi, porque me sacó de un entrenamiento luego de agarrarme a trompadas con el Chino Pereda.
– ¿Por qué te peleaste?
– Yo era muy atrevido, jugaba de esta manera, y le metí un caño al peruano que se enojó, me encaró y nos fuimos a las manos. Carlos me sacó de la práctica. Tengo otra anécdota casi igual, pero con el profesor Tabárez. En un entrenamiento de fútbol formal, el director técnico paró dos equipos. Cuando sacamos del medio, disparo desde la mitad de la cancha ya que veo adelantado al Pato Abbondanzieri. No fue gol, pero el arquero se me vino encima y empezó a correrme por toda la cancha, ya qué pensó que me estaba haciendo el canchero. Era una práctica a puertas abiertas donde había muchos periodistas, y oómo el ambiente estaba caldeado porque un día antes le habían hecho un gol de caño, el Pato se enojó y me quería matar.
– ¿También te mandaron a las duchas?
– Sí (Risas). Luego de la práctica el Pato me vino a pedir disculpas, yo se las pedí a él, y en esa charla me dijo: “Cómo vas a patear desde la mitad de cancha. Si me hacés el gol, me matás, luego de lo que me pasó el fin de semana con el tanto que me hicieron”. En ese momento uno no se da cuenta de esas cosas. Con el Equi González también me agarré. No le gustaba que le metan caños, pero yo era medio atrevido, jugaba de esa manera y tenía buenas intenciones. Ese plantel xeneize era muy bueno, éramos 37 y no te podés llevar bien con todos, pero era muy buen grupo.
– Disputaste dos juegos en la máxima categoría xeneize y te fuiste. ¿Quién te hizo debutar?
– Carlos Bianchi me sube a la Primera, pero debuté con Alberto Márcico y el profesor Oscar Tabárez como entrenadores. Mi representante era muy conflictivo y por ahí pensaba que yo merecía más de lo que me estaban ofreciendo. Entonces, empezó a generar varios problemas. El Virrey me subió y me bajó de la pretemporada en Tandil. Estaba arriba del micro junto a mis ex compañeros y vino Santella para decirme que no podía ir.
– ¿Por qué te bajaron del micro?
– Yo estaba con el bolso, sentado en el bus y viene el profe y me dijo “Gustavo, te tenés que quedar”. Le respondí: “¿Me vine de Santa Fe para hacer la pretemporada y no puedo ir?”. Resulta que mi agente quería negociar antes de lo previsto y no llegó a lograr un acuerdo. Así que quedé libre. La dirigencia era comandada por Mauricio Macri.
– ¿A qué edad colgaste los botines?
– A los 34 años y fue muy apresurado tomar esa decisión porque tenía para dar mucho más, pero en ese momento pensé que era lo correcto, ya que estaba muy cansado emocionalmente. Por ahí dicen que jugar al fútbol es fácil, porque pateás una pelota, ganás plata y nada más, pero no pasa todo por ahí. Llevás un montón de estrés encima, más cuando te va mal. Desde los 5 años que estoy pateando una pelota y no paré. Me perdí vacaciones, fiestas, cumpleaños. Estuve bastante tiempo lejos de la familia y es mucho el sacrificio que uno debe hacer. Después de un periodo largo, me costaba ir a entrenar, no lo hacía al 100 por ciento y vinieron las lesiones por ese motivo, así que dije “hasta acá llegué”.
– ¿Cómo atravesaste el post retiro?
– Lo manejé más o menos como pude, porque siempre se extraña el día a día. A los dos años de haber colgado los botines, me arrepentí y me preguntaba “¿cómo no seguí? Sí yo tenía para dar más”. Cuando paré, el cuerpo ya no era el mismo para volver a las andanzas. Intenté volver a entrenar a la máxima exigencia, pero mi cuerpo no me respondía para jugar tranquilo. Hoy, tengo intenciones de ser entrenador y por eso estoy llevando a cabo el curso con el objetivo de recibirme. En Indonesia hay muchas posibilidades y a eso apunto.
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