Los principales motivos que explican la derrota de Massa en el balotaje
Sergio Massa no pudo. Ni él ni el peronismo unido. Esta vez las encuestas no se equivocaron y anticiparon una derrota que empezó a consumarse una hora antes del cierre de los comicios. Para ese entonces en el oficialismo empezaron a advertir que el resultado de la elección iba a ser desfavorable, aunque algunos dirigentes quisieran convencerse de que podía terminar siendo una pelea voto a voto.
El ministro de Economía no pudo liberarse de todos los males que lo aquejaron desde el momento que fue coronado como candidato de Unión por la Patria (UP). Un gobierno destruido, una inflación galopante, una brecha cambiaria que superó ampliamente el 100%, una pobreza del 40%, una imagen negativa que arrastraba desde hace largos años, un sinfín de encuestas desfavorables y el fenómeno libertario de cambio abrupto que lo llevó a Javier Milei a la Casa Rosada.
Pero quizás uno de los conflictos más desgastantes que enfrentó fue el desabastecimiento de combustible que hubo en gran parte del país. Una semana después de ganar por siete puntos las elecciones generales – lo que fue un resultado inesperado- hubo un faltante de nafta y gasoil que se extendió durante cerca de siete días, lo que provocó un malhumor creciente que era palpable en la calle. En el peronismo calculan que esa pequeña crisis le costó cinco puntos que jamás pudo recuperar.
Con el pasar de los días se agrandaron las colas para conseguir aunque sea medio tanque y el fastidio se tradujo en las caras de los automovilistas, que tenían que esperar hasta tres horas para poder hacer funcionar sus vehículos. No alcanzaron los 10 barcos importados para solucionar el problema con cierta rapidez, ni la intimidación de Massa a las petroleras para que abastezcan a las estaciones de servicio con urgencia, frente a la amenaza de que sino iban a tener inconvenientes para exportar. El enojo ya estaba instalado.
La oposición aprovechó el momento y le endilgó a Massa la responsabilidad, además de anticipar que si no podía resolver los problemas de la gestión como ministro, tampoco podría hacerlo como presidente. La campaña atravesó todo y la tensión aumentó en las raíces de la sociedad. Antes el dólar blue había traspasado la barrera de los $1000 y el mercado se había quedado sin precios de referencia. La gente se fue mimetizando con las noticias negativas.
La falta de combustible despertó el mal humor de cientos de trabajadores que no podían viajar y el enojo se canalizó directamente en el gobierno nacional. Massa, que hasta aquí y desde que comenzó la campaña fue el centro de la gestión, absorbió esa furia que emanaba de la calle. Sumado a un alza de precios que se multiplicó en la segunda parte del año, convirtiendo a la inflación en el principal problema de la gestión y de la propuesta electoral del peronismo.
Antes de las elecciones generales en el oficialismo aseguraban que los altos índices de inflación no era un problema para la campaña. “La gente lo tiene naturalizado”, repetían en el massismo. La diferencia de siete puntos que obtuvo Massa pareció darles la razón, pero no se extendió en el tiempo. La gente pasó la factura por tantos meses de precios descontrolados. Ir al supermercado era una mala noticia permanente para cualquier argentino.
A la inflación de tres dígitos – acumulado en los últimos doce meses – se le sumó una devaluación del 22% sobre el dólar oficial. Un porcentaje menor al que le exigía el FMI, pero lo suficientemente doloroso para el bolsillo de los ciudadanos. El ministro de Economía anunció un paquete de medidas para amortiguar el impacto. Cada día una medida. Para jubilados, autónomos, trabajadores en relación de dependencia e informales. Anuncios para que el salario no se degrade vertiginosamente. Corrió atrás de los problemas enquistados en la sociedad.
Con los resultados sobre la mesa, ninguna de esas medidas alcanzó para calmar el enojo y la decepción. No llegar a fin de mes es imperdonable para el que le toca vivirlo. Y con el pasar de los meses fue cada vez más gente la que tuvo que aprender a hacer malabares para pagar las cuentas. Esa impotencia de tradujo en los millones de votos a favor de Milei. En la aprobación de un candidato con propuestas ampulosas y polémicas que no generaron temor en la mayoría de los argentinos. La furia y el cansancio superó todo.
En la campaña que terminó el último jueves Massa tuvo un desempeño que fue de menor a mayor. Del tercer lugar de las PASO al primer lugar en las elecciones generales. En ese camino consolidó lo que empezó a construir desde el momento en que se convirtió en el candidato presidencial de UP: un liderazgo sobre el heterogéneo mundo peronista.
La capacidad para acumular poder y gestionar adhesiones quedó expuesta en las 24 horas en las que Eduardo “Wado” de Pedro y Daniel Scioli se convirtieron en candidatos a presidente y se dirigían a una interna para sintetizar dos modelos de peronismo. Sus postulaciones duraron menos de un día.
En esas horas cruciales, el ministro de Economía logró el aval de los gobernadores del PJ que presionaron a fondo para que sea el candidato de la unidad. Alberto Fernández y Cristina Kirchner, distanciados desde hace más de un año, aceptaron y lo impulsaron. Fue el punto de encuentro para una tregua necesaria. La interna hubiese terminado muy mal, como sucedió con Juntos por el Cambio.
A partir de ese momento Massa se puso por delante dos objetivos: tranquilizar la guerra interna que había desmembrado al gobierno nacional y empezar a encolumnar a los distintos sectores de la coalición detrás de su candidatura. Poco a poco fue recibiendo adhesiones públicas de la CGT, los movimientos sociales, los gobernadores, los intendentes, agrupaciones más pequeñas y legisladores de todos el país.
Nada alcanzó. El proceso para unificar al movimiento político delante de las ruinas del gobierno del Frente de Todos sirvió para llegar al balotaje, pero no para ganarlo. No sirvió el aparato de dirigentes, ni la campaña del miedo contra la motosierra sin límites de Milei. Tampoco el discurso cuidado y propositivo que mantuvo el ministro de Economía durante toda la campaña.
Con acuerdo previo, Massa corrió del escenario electoral al presidente y la vicepresidenta, pero no pudo despojarse de los males del gobierno que ambos llevaron adelante y que llegó al proceso electoral fragmentado en cientos de pedazos. La guerra del oficialismo es parte de la historia, pero generó un enorme desgaste sobre la autoridad del gobierno nacional.
El debate presidencial del último domingo tampoco le sirvió a Massa para acortar la diferencia con Milei. Si bien expuso el desconocimiento del libertario sobre cómo se debe conducir el Estado, la gente no cambió su voto. Lo demuestra la diferencia de 12 puntos que obtuvo el presidente electo sobre el ministro de Economía. Massa perdió en la mayoría de las provincias del país. La derrota fue abrumadora y contundente.
En la semana algunos dirigentes deshilacharon el análisis del debate y empezaron a notar, en la gente y en las mediciones, que la performance de Massa no había caído del todo bien en el electorado. No gustó que haya expuesto cuestiones personales como la pasantía trunca en el Banco Central. Lo que se pensaba positivo, terminó siendo negativo. El discurso de la casta cautivó al electorado desde un principio.
Empieza un nuevo tiempo en el país. Un liderazgo extravagante como el de Milei con uno de fondo, que ganó solidez a fuerza de votos, como el de Mauricio Macri. El peronismo empezará un proceso de reorganización. Cambio de liderazgos y reconfiguración de las terminales de poder. Todo está por verse. En paralelo, Javier Milei iniciará la transición con Alberto Fernández. La ola libertaria arrasó en todo el país. El escenario político se quebró. La mayoría de los argentinos se hartaron de todo y de todos. Lo hicieron saber en las urnas.