En el sur del país, Mauricio Macri y Cristina Kirchner analizan los pasos a seguir: por primera vez desde el 2005 ninguno de los dos ejerce un cargo público
Es la primera vez, desde el 2005, que ninguno de los dos ejerce un cargo público. Ese año, Cristina Kirchner asumió como senadora bonaerense después de una durísima disputa con el duhaldismo, y Mauricio Macri desembarcó por primera y única vez en el Congreso, en la Cámara baja, una experiencia olvidable que duró solo dos años, cuando ganó las elecciones porteñas y llegó a la Jefatura de Gobierno porteño. En paralelo, Cristina Kirchner se alzó con la Presidencia: ocho años, hasta el 2015, cuando dejó el poder para traspasarle el mando a Macri. En el 2017, la ex presidenta volvió al Senado: dos años más tarde, tras una trabajosa negociación política que desembocó en la candidatura de Alberto Fernández, fue elegida vicepresidenta. Macri se refugió entonces en el fútbol, en su cargo en la fundación FIFA, y talló con paciencia en la interna del PRO hasta decidirse finalmente primero por Patricia Bullrich en la disputa con Horacio Rodríguez, y por Javier Milei después, de cara al balotaje que le dio al jefe libertario la Presidencia.
Recién desde el 10 de diciembre, cuando Cristina Kirchner se despidió de la Vicepresidencia, se inauguró no solo un brutal cambió de época con el desembarco en el Ejecutivo del proyecto de La Libertad Avanza, si no una nueva etapa para los dos dirigentes de mayor relieve político de la última década, por primera vez, en simultáneo, sin un rol en el ejercicio de la función pública.
Desde las fiestas de fin de año que Macri y Cristina Kirchner se recluyeron en el sur del país. El ex presidente, en el selecto barrio Cumelén, en Villa La Angostura, donde desde este año juega al pádel en las flamantes canchas techadas del complejo y sigue el día a día del gobierno libertario y las negociaciones en el Congreso. La ex presidenta, por su parte, viajó a Santa Cruz, a descansar junto a parte de su familia, después de ocupar otra vez sus oficinas del Instituto Patria, a metros del Parlamento, el despacho desde el cual ideó la vuelta al poder, en el 2019, y desde dónde ahora intentará reinventarse -si es que quiere- en el nuevo mapa del poder de la Argentina.
Habrá que ver, en ese contexto, si la decisión que tomó en su momento de heredar políticamente en las nuevas generaciones sigue vigente.
Milei es muy consciente de la crisis de jefatura, y de liderazgo, que atraviesa al PRO, a la oposición de Juntos por el Cambio y al peronismo en todas sus variantes. Sus estrategas, principalmente Santiago Caputo, el cerebro comunicacional del proyecto libertario, incluso agitan en privado esa dispersión que sacude al sistema político y que, según trasciende, le sienta bien al nuevo gobierno. Al menos, por ahora.
Según estudios recientes en sectores que respaldan al presidente, hay expectativa y esperanza por el rumbo de la narrativa gubernamental y se valora la sinceridad del relato. Pero empieza a emerger, desde atrás, cierta “angustia” por parte de esos segmentos del electorado que sostienen al gobierno.
Es, según circuló en estas semanas, una de las variables que empezó a analizar Macri, pendiente de la gestión presidencial.
El ex presidente analiza sus pasos a seguir. Se regodeó con la interna que terminó con el experimento anti-grieta de Rodríguez Larreta, pero terminó el año con una sonora derrota en Boca Juniors, nada menos que en manos de Juan Román Riquelme, su rival más acérrimo en la conducción del club.
En su entorno dicen que, contrario a lo que circuló cuando se ideó el gabinete de La Libertad Avanza y tras sellar al pacto de Acassuso, no presionó por cargos en el gobierno. Sí insistió para que Cristian Ritondo, es decir el PRO, se quedara con la presidencia de la Cámara baja, para apuntalar al gobierno desde ese lugar. En otros sectores partidarios sostuvieron, sin embargo, que Macri sí impulsó a varios colaboradores de su riñón, pero que fue Milei el que decidió integrar su equipo con dirigentes como Bullrich o Luis Petri, funcionarios y cuadros técnicos del peronismo cordobés y hasta dirigentes del massismo.
Puertas adentro del PRO corre además la versión de que, en realidad, Macri espera por su verdadero y definitivo “segundo tiempo”, cuando la actual administración atraviese una turbulencia tan severa que obligue al piloto, es decir a Milei, a pedir ayuda para aterrizar el avión. Ahí sí el ex presidente estaría dispuesto a embarcarse de verdad. Es lo que se palpa en comentarios solapados de buena parte de la dirigencia del PRO. Por ejemplo, en cercanías de Rodríguez Larreta, decididamente resuelto a tratar de reinsertarse otra vez en el sistema político con una propuesta opuesta a la de Macri.
En ese contexto, el ex presidente cavila si ir o no a fondo por la presidencia del PRO después de que Bullrich llamara hace algunos meses a elecciones partidarias. El cronograma se había fijado para marzo próximo, pero por los últimos movimientos, y los ánimos internos, recién para mediados de año podría haber elecciones, si es que finalmente se hacen.
El dilema de Macri es cómo ejercer su liderazgo, y terminar de descifrar si ese liderazgo necesita de la jefatura formal del PRO, el partido que fundó a principios de siglo junto a Nicolás Caputo, con la colaboración de un abanico de dirigentes, desde Rodríguez Larreta a Juan Pablo Schiavi.
“Es momento de sincerarnos ideológicamente y entender que el PRO de aquellos años ya no existe más”, explicó ayer un dirigente partidario que trabaja activamente junto a Macri.
Es el sinceramiento que llevó, por caso, a Bullrich a desembarcar en el gabinete y al ex presidente a sostener desde el discurso público el primer paquete de leyes del gobierno. Las diferencias, en todo caso, son por las formas, no por el fondo. Además, Macri conoce a la perfección que la mayoría de la opinión pública, no el círculo rojo, no conoce la letra chica de los acuerdos políticos. “¿Quién sabe que en su momento Federico Sturzenegger se fue mal del gobierno de Mauricio y que no es ahora un enviado suyo?”, graficaban por estas horas desde el entorno macrista. Es más: hay voces dentro de la oposición que dan cuenta de que el ex jefe de Estado le habría aconsejado a algunos viejos funcionarios suyos que no desembarcaran ahora en el gabinete.
Fue, por caso, la discusión interna que terminó por quebrar el vínculo entre el ex mandatario y la ministra de Seguridad una vez que Bullrich aceptó la invitación de Milei. Ese quiebre, dicen, podría tener impacto en la interna del PRO de cara a una supuesta elección partidaria. “Si es Macri, nadie se va a animar a competirle”, aseguran. En algún momento, María Eugenia Vidal fantaseó con la idea de postularse. No para competir frente al ex presidente, si no para presentar otra propuesta, apoyada, en teoría, por Rodríguez Larreta y otros dirigentes. En los últimos meses, sin embargo, la ex gobernadora tuvo gestos de acercamiento con el fundador del espacio.
En la cúpula del PRO, la desconfianza es total.
En el caso de Cristina Kirchner, su jefatura pareciera un tanto más gastada que la de Macri y, a diferencia de este, sus últimos movimientos son mucho menos nítidos y mucho más a cuenta gotas. A la ex presidenta le gusta mostrar mucho menos sus cartas.
Para colmo, el cierre de la gestión del Frente de Todos, reinventado con urgencia en la campaña bajo el sello de Unión por la Patria, no fue el esperable para ella.
Cristina Kirchner había decidido ceder la jefatura del peronismo cuando Sergio Massa se quedó con la candidatura presidencial: fue, en definitiva, el arreglo que hicieron cuando se amigaron e idearon la creación del Frente de Todos, antes del 2019. “Aspiro a ser jefe, nunca más empleado”, le dijo entonces el ex ministro de Economía.
Con esa premisa, la ex presidenta le cedió la centralidad de la campaña al líder del Frente Renovador, aceptó que él la relegara a un segundo lugar y le diera un hipotético rol de asesora premium si llegaba a la Presidencia.
Pero Massa perdió, Milei ganó y el peronismo entró en una etapa de reconfiguración para la que Cristina Kirchner aún no dio demasiadas señales: hay un grupo de gobernadores e intendentes a la espera sobre la etapa que viene: se preguntan, en ese sentido, qué lugar ocupará ella en la mesa de conducción colegiada, aún en formación. Hasta ahora, CFK solo exhibió su especial interés por la provincia de Buenos Aires, y, en particular, por la figura de Axel Kicillof. En esa comarca, como le gusta decir a ella, se disputan el poder y la gloria el gobernador, La Cámpora, el massismo y los intendentes del Gran Buenos Aires, un engranaje en el que aún tiene peso Martín Insaurralde.
Antes de que Milei eligiera a sus jefes parlamentarios, en el Senado y en Diputados, trascendió que la ex presidenta había enviado mensajes para que el presidente se inclinara, como al final sucedió, por dirigentes de su riñón, de La Libertad Avanza.
En el sistema político tomaron nota de esos trascendidos, y se especuló con la posibilidad de una suerte de pacto subterráneo. Los dichos de esta semana del ministro Mariano Cúneo Libarona, que habló de “despojar a la Justicia de toda politización”, volvieron a alimentar todas las sospechas.