El día que Boca jugó de local contra River en el Monumental: sin ídolos, sin fútbol, con poca gente y demasiada lluvia
Fueron dos cuadros sin marco, dibujando la desangelada pintura del momento que atravesaban. Las miradas iban hacia el cielo, pero allí no aparecían las respuestas esperadas. La lluvia se había desatado desde las primeras horas de ese domingo 24 de junio de 1984, certificando la llegada del invierno. Ese gris que lo cubría todo se sumaba al clima de desaliento que habitaba en los dos clubes más grandes del país, con tribunas casi despobladas, en una nueva edición del Superclásico. Estaban lejos de la pelea por la punta, pero era la antesala de un partido que iba a quedar en la historia por un hecho irrepetible: Boca iba a ser local ante River en el estadio Monumental…
Lo que pasó en esa oportunidad es impensado en este momento, pero fue cierto y le agrega un nuevo eslabón a la cadena de situaciones increíbles del fútbol argentino. Boca atravesaba uno de los peores momentos de su historia a nivel institucional y tenía su estadio clausurado, con apenas un puñado de excepciones para disputar pocos partidos con la capacidad reducida de La Bombonera casi a la mitad. Por eso, había decidido hacer de local en Vélez durante esa temporada. Los cálculos hicieron pensar que ese escenario quedaría chico ante la posible concurrencia y allí fue donde se tomó la decisión. Poco creíble en estos tiempos, pero que, en aquellas horas de hace casi 40 años, no causó demasiado revuelo.
Las condiciones climáticas no ayudaron y la pertinaz llovizna fue ahuyentando a los locales que serían visitantes y viceversa, al punto que apenas se vendieron poco más de 16.000 entradas. Cuando apenas faltaban 15 minutos para que el árbitro Teodoro Nitti diera el pitazo inicial, el aspecto del Monumental era desolador, nada que ver con la historia, con las jornadas de tribunas rebosantes, de un lado y del otro, con gente afuera, maldiciendo el no poder ingresar. River estaba un poco mejor, aunque sería más acertado el calificativo de “menos mal” que su rival. Marchaba sexto, a seis puntos del líder, que era Estudiantes de La Plata. Boca sufría en el fondo de la tabla, con apenas dos unidades más que el último, Rosario Central.
Hugo Alves llevaba varios años en Boca y esa tarde fue el capitán del equipo. Había dado la vuelta olímpica en el ‘81 junto a Maradona, al igual que dos años antes en Tokio, por el Mundial Juvenil. Pero en el ‘84 transitaba por el reverso de la moneda: “Era terrible lo que vivíamos, inmersos en una crisis total, donde llegamos a estar nueve meses sin cobrar. Se hacían giras por todos lados para tratar de recaudar y ese dinero era para nosotros, ya que la deuda que tenía el club con el plantel era muy grande. A veces entrenábamos en lugares que no eran acordes a un plantel profesional y más tratándose de un equipo grande. Pasamos muchas cosas que ahora, gracias a Dios, no se ven, porque se evolucionó en todo sentido y bienvenido sea, pero lo concreto que en aquel tiempo Boca estaba muy, pero muy mal”
Un plateísta de Boca, desorientado, no sabía bien por donde ingresar. Fue ayudado por uno de River, que le indicó la puerta por la que él accedía al estadio domingo por medio, en el sector de los locales, mientras se iba con el gorrito y la bandera roja y blanca al espacio reservado para los visitantes. Todo confuso, inverso a la lógica, con las complicaciones adicionales de paraguas, pilotos y resbalones varios por el jabonoso suelo. Víctor Hugo en Mitre y José María Muñoz desde Rivadavia, trataban de darle calor con sus gargantas a la fría tarde, pero la gente no aparecía. Las populares sí mantenían sus cabeceras habituales. El “Alooooonso, Aloooonso” que hacía soñar con la magia del 10, que como hijo pródigo regresó a su casa a principios de año. Del otro lado el coro fue en señal de apoyo: “Se siente, se siente, el Chapa está presente”. Y era una adhesión de todo el estadio en dirección a Rubén Suñé, otrora capitán Boquense en las exitosas horas del Toto Lorenzo como entrenador, que estaba internado desde hacía dos días.
Las jornadas previas alimentaban la posibilidad de reeditar una vieja confrontación de ídolos: Alonso vs Gatti, pero solo uno de ellos dijo presente porque el Loco, con problemas con la dirigencia, se auto marginó. El Beto ante su primer clásico desde el regreso, para poder lucirse, con esa motivación especial que siempre lo motorizó con el eterno rival. Solo estuvo un rato, porque una infracción de Mario Alberto, apenas comenzado el encuentro, lo dejó rengueando y fue sustituido antes de los 30 minutos. Sin gente, sin ídolos, sin fútbol, con lluvia… se hacía difícil.
El tema que Boca fuera local de River en el estadio Monumental tuvo una modesta cobertura en los medios, sin ser, ni remotamente, el tema excluyente en la sección deportes. En el seno del plantel Xenieze tampoco fue charlado especialmente, como lo evoca Hugo Alves: “No nos importó demasiado el tema de la localía o dónde se disputaba porque cuando jugábamos esos clásicos, lo único que pensábamos era en ganar, y si no se daba, por lo menos no perder. Eran partidos a matar o morir, futbolísticamente hablando. Era una época donde teníamos una enorme pertenencia con el club porque los jugadores estábamos muchos años con la misma camiseta, a diferencia de lo que pasa ahora que emigran enseguida. En ese tiempo no se ganaba mucho y eran pocos los que eran transferidos al exterior. Tenías que ser realmente muy bueno. En mi caso particular, estuve en las inferiores y el Toto Lorenzo me había hecho debutar en Primera, cumpliendo un sueño porque era hincha fanático”.
Boca se puso en ventaja con un tremendo zurdazo de Ariel Krasouski, que se incrustó junto al travesaño de Nery Pumpido, en medio de un campo de juego imposible por la lluvia. Una joya en el barro de la mediocridad, como escribiría años después el Perro Serrano de los Auténticos Decadentes. Para el segundo tiempo, el ingreso de un pibe de las inferiores, lleno de habilidad, ayudaría a nivelar la historia. Pipo Gorosito, con apenas un año en primera, mostró su calidad juntándose con Francescoli y Tapia, y fue este el que iba a lograr el empate con un remate que pegó en Stafuzza y descolocó al arquero Balerio. Quedaba media hora, donde se animaron un poco más, pero entre el barro y la falta de ideas, el 1-1 final se abrazó a la justicia.
Hugo Alves fue una de las figuras de Boca en esa tarde, cumpliendo con creces la tarea de marcador central, controlando al delantero más punzante y desequilibrante de River: “Tuve la satisfacción de haber salido en la tapa de la revista El Gráfico, disputando una pelota nada menos que con Enzo Francescoli, que fuimos los dos capitanes de esa tarde. Lo que me llamó la atención es que la cancha no estaba llena, es más, había muy poca gente. Haber hecho de locales en la cancha de ellos fue increíble, pero en ese Boca podía pasar cualquier cosa. Y eso es solo una prueba porque atravesamos muchas más (risas). Del partido me acuerdo el mal estado del campo de juego, como ocurría en la mayoría de los estadios del país y más si llovía tanto como aquel día. Comenzamos ganando con el gol de Ariel Krasouski. Lo teníamos bastante controlado y llegó el empate en una jugada con algunos rebotes. Tuve el gusto de forma dupla central con Roberto Mouzo. Jugar a su lado era un placer porque dentro del área no había otro defensor como él, fue el mejor que tuvo Boca. La sacaba de cualquier manera y, casi siempre, sin cometer infracciones. Por como yo sentía la camiseta, enfrentar a River era lo máximo. Ellos tenían muy buenos jugadores, como Francescoli, que son palabras mayores, pero los clásicos son distintos a cualquier otro partido”.
Un síntoma de los irregulares tiempos de ambos lo marcó el tema de los directores técnicos. Esa tarde el brasileño Dino Sani dirigió a Boca y el uruguayo Luis Cubilla a River. En el Superclásico oficial anterior (octubre del ‘83) esos lugares fueron ocupados por Miguel Ángel López y José Varacka, mientras que en el siguiente (noviembre del ‘84), estuvieron Mario Zanabria y el Bambino Veira. Demasiados cambios, falta de rumbo e improvisaciones.
Para la escasa cantidad de espectadores, tampoco tenía lugar el pretexto de la televisación, ya que hacía largo tiempo que no se veían clásicos en directo por canales de aire. Sin embargo, aquel encuentro también tuvo la curiosidad de haber sido parte de una situación poco recordada. Durante unos pocos meses del ‘84, la por entonces incipiente empresa Cablevisión, transmitía a River o Boca en condición de local, en directo para 24 canales del interior y en diferido un par de horas más tarde, a sus escasos 5.000 abonados en la zona Norte del gran Buenos Aires. La calidad de las imágenes era muy buena, pero la experiencia tuvo corta duración. Sin embargo, fue el preámbulo de lo ocurriría unos años más tarde.
Fue el último Superclásico oficial donde ninguno tuvo auspiciante en su camiseta, antes de la masividad de los sponsors. En el siguiente, que River ganó 4-1 en las revanchas, Boca lució a la empresa de cultivos agropecuarios Dekalb y cuando se volvieron a ver en 1985, ya ambos compartían a Fate en el pecho y espalda.
River había llegado hasta la final del Nacional cayendo con Ferro, pero casi nunca jugando bien. Luis Cubilla, el entrenador asumido en enero, descartó enseguida a Francescoli, diciéndole a los dirigentes que lo podían incluir en cualquier negociación. Enzo se quedó y el DT lo colocó en la inaudita posición de volante por derecha, lejos del área, su zona de influencia. Un mes y medio después de ese clásico, cuando el equipo seguía sin repuntar y el promedio comenzaba a amenazar, el técnico se fue y en su lugar llegó el Bambino Veira, que prontamente le cambió la cara, usando al crack oriental como delantero, que se consagró goleador del campeonato.
Boca transitó el camino inverso. Ganó de manera convincente el torneo de verano, pero se fue deshilachando en el Nacional, quedando eliminado en la fase de grupos. A continuación, estuvo más de 10 partidos sin ganar, cambiando formaciones y sin poder reemplazar a los ausentes (por ventas, lesiones y suspensiones), con elementos del mismo calibre. La tarde del clásico, por ejemplo, actuaron Matabós, Segovia o Viera, entre otros. ¿Se podía advertir allí el linaje histórico de los Xeniezes? Los problemas extra futbolísticos con los dirigentes llegaron al campo de juego y las derrotas se sucedieron, hasta terminar apenas tres lugares por encima de Atlanta que fue el último.
Quizás, ese domingo gris y lluvioso, animaba más para el cine que para el fútbol. Los clásicos rivales del fútbol argentino estaban en sintonía con dos recientes estrenos nacionales, ya que vivían la opacidad de tener “Noches sin lunas ni soles” y eran “Pasajeros de una pesadilla”. Lo concreto, que es aquella tarde desarrollaron, aunque con pocos espectadores en las butacas, un filme inédito: Boca fue local de River en el estadio Monumental.