Pese a todo, nuestro deporte es de Primer Mundo
Puestos a jugar, si tal cosa fuese procedente, con alguna de las frases tristemente célebres de algunos de nuestros indelebles dirigentes, los argentinos podríamos concluir que, cuando Eduardo Duhalde sentencio que estábamos “condenados al éxito”, no se refería sino a cuestiones del deporte. Aquello de “el que depositó dólares recibirá dólares” no ha logrado siquiera una interpretación sarcástica.
En efecto, y no sin cierta arbitrariedad, les propongo trazar un corte imaginario en la línea de tiempo del deporte argentino y advertiremos fácilmente que, sólo en los últimos quince años y en un inverosímil contrapeso entre infraestructura/presupuestos y excelencia/resultados el nuestro es un caso de estudio difícil de comparar con el resto del planeta.
Alguna vez se me ocurrió, torpemente, preguntarle a Santiago Lange por donde creía que pasaba el “milagro del deporte argentino”. “No es un milagro. Son los clubes”, simplifico con claridad y contundencia. En este caso, la palabra clubes involucra unas cuantas más: compromiso, resiliencia, cultura, diversidad, creatividad y, desde ya, una extraordinaria capacidad académica de una enorme cantidad de maestros. Sea como fuere, tiene razón Santiago. No es un milagro. Son los clubes. (Entiéndase por clubes también a la enorme cantidad de escuelas formativas, sociedades de fomento o emprendimientos particulares que nutren muchas de las disciplinas).
Ombliguistas como nos gusta ser cuando huimos del mensaje plañidero del tango y pasamos de ser guapos abandonados por la naifa a ser los mejores del mundo, muchos fanáticos de nuestro deporte consideramos que el fenómeno clubes es incomparable con el resto del planeta. Por un lado, se trata de un ombliguismo alimentado por sabios y cracks extranjeros que se han ido asombrados por una energía que no existe en sus lugares de origen, Por el otro, aun si existiera algo similar fuera de nuestras fronteras, no le quitaría dimensión al fenómeno.
Más allá de los resultados que han hecho impacto en los últimos tiempos, alguno de los cuales serán mencionados para darle algo de cuerpo a esta teoría, existe en el argentino una poderosa atracción por el deporte en cualquiera de sus formas. Insisto. Hay cultura deportiva. Demasiada para que la alta política se haya mostrado tan poco interesada en entender para qué sirve realmente el deporte y no lo entienda –disculpen el cinismo- hasta como una herramienta proselitista. Tanto populismo de tantos colores venimos soportando desde hace décadas y nunca se cae una miga del lado del deporte.
Desde ya que ninguna actividad recreativa, por masiva que sea, impacta tanto como el golpe a nivel mundial; el de un Alto Rendimiento –palabra últimamente bastante destratada- que es, de algún modo, padre de aquello que hacemos la enorme mayoría de los demás mortales. Imposible calcular cuántos nos acercamos al tenis por Guillermo Vilas, al taekwondo por Sebastian Crismanich, al judo por Peque Pareto o al hockey por Lucha Aymar.
Llegamos, finalmente, a la ristra de ejemplos que permiten comparar nuestros éxitos deportivos con un nivel de equivalencia asombroso respecto de sociedades a las que estamos lejos de parecernos en asuntos seguramente más trascendentes.
Una vez más, y como ante toda enumeración, habrá omisiones (ingratitudes involuntarias). Vayan las disculpas de antemano. Pongamos Londres 2012 como punto de partida para ese corte imaginario.
Sebastian Crismanich, campeón olímpico. Taekwondo.
Paula Pareto, campeona olímpica (y sudamericana, panamericana, mundial y todo lo que se les ocurra). Judo.
Leones, campeones olímpicos. Hockey sobre césped.
Leonas, campeonas mundiales y quíntuples medallistas olímpicas. Hockey sobre césped.
Mia Mainardi, campeona mundial juvenil. Gimnasia artística.
Delfina Pignatiello, bicampeona mundial juvenil. Natación.
Seleccionado masculino, medalla de bronce olímpica. Voleibol.
Santiago Lange y Cecilia Carranza, medalla dorada olímpica. Yachting
Seleccionado masculino, campeón olímpico. Basquetbol
Seleccionado femenino, campeón olímpico de la juventud. Hándbol de playa
Braian Toledo, subcampeón mundial juvenil. Lanzamiento de la jabalina. Atletismo.
Seleccionado masculino, medalla de bronce olímpica. Rugby 7.
Seleccionado masculino, medalla de bronce mundial. Rugby
Seleccionado masculino, campeón mundial mundial 2016 y subcampeón mundial 2022. Futsal.
Seleccionado masculino, campeón mundial. Hockey sobre patines.
Seleccionado femenino, campeón mundial. Hockey sobre patines.
Fernando Belasteguin, número uno del mundo entre 2002 y 2017. Pádel.
Equipo masculino, campeón de la Copa Davis. Tenis.
Sol Amaya, campeona olímpica de la juventud. Remo.
Nazareno Sasia, campeón olímpico de la juventud. Lanzamiento de la bala. Atletismo.
Solo se destacan algunas de las principales conquistas de algunos de nuestros referentes. Hay muchos más no mencionados. Hasta se omiten más logros sobresalientes de los que sí han sido inventariados. No figuran, por ejemplo, conquistas a nivel panamericano que, como en el caso del hándbol significa ganar una plaza olímpica: los varones van por su cuarto juego consecutivo, después de esperar décadas y décadas para conseguir ese cupo.
Por suerte, Lionel Messi y nuestro seleccionado ganaron en Qatar. Porque ni una Copa America ni títulos olímpicos parecen bastar a veces para saciar la pretensión futbolera de los que nos consideramos condenados al éxito.
¿Qué razón hay para que un país como el nuestro tenga, al mismo tiempo, los mejores equipos de fútbol y de rugby 7 del planeta, uno de los tres mejores en hockey sobre césped femenino y un sexto puesto en el ranking mundial de voleibol masculino?
Sumemos los tres top 30 en la clasificación de la ATP, la habitual presencia de Agustín Vernice en las finales mundiales de canotaje o las dos finales de Agostina Heyn en los últimos mundiales de natación.
Ni que hablar de los títulos parapanamericanos, paraolímpicos y paramundiales de nuestras delegaciones.
Al paso, una curiosidad estadística. Solo Francia y Estados Unidos clasificaron tantos deportes por equipos como la Argentina para los juegos olímpicos de Río 2016.
En un arrebato extremo de comparación antojadiza, me pregunto en qué rubro que no sea la ciencia o las artes los argentinos podemos jactarnos de tanta buena noticia. Ante todo, disculpen que ponga al deporte a la par de semejantes ejemplos. Sucede que soy un convencido de que el deporte merece ser considerado sin dudas como una práctica intelectual a la par de lo atlético. Se equivoca quien crea que se trata básicamente de sudor y músculo.
En tanto muchas veces ni siquiera desde adentro del deporte se le trata con el respeto que merecen nuestros atletas –hay un abismo entre quienes juegan y muchos de los que se autoperciben autoridades en el pleno sentido de la palabra, no solo en el rango formal-, si miramos a nuestro alrededor y desmenuzamos nuestra cotidianeidad seguramente admiramos aún más a un garrochista o un corredor de BMX. En parte porque, en lugar de reflexionar sobre cómo nos iría si encima tuviéramos un inversión acorde en ladrillos y personas seguimos con la lógica del “asi, igual se puede”.
En parte, por lo que vivimos en tantos otros aspectos.
Por ejemplo, el riesgo país.
Nos aliviamos porque perforamos el piso de los 1200 puntos básicos, lo que igualmente nos ubica entre los 20 países de peor calificación. Hoy estamos a la par de Haití, Sri Lanka, Malawi o Corea del Norte.
Por ejemplo, la inflación.
Aun con los presagios de abandonar los dos dígitos mensuales, seguiremos peleando con Venezuela y el Líbano en el peor lugar del ranking mundial. Siempre es bueno recordar que, si pasamos de 12 a 9 mensual no baja la inflación sino que subió un poco menos.
Por ejemplo, la inseguridad.
Según la ONG Defendamos Buenos Aires, durante el 2023, en la zona del AMBA hubo 14.100 hechos delictivos (incluidas 66 muertes) a cargo de los denominados motochorros. Solo en el Área Metropolitana de Buenos Aires, padecimos casi 40 episodios por dia. Ni hace falta que les recuerde la evolución del asunto narco.
Como nadie tiene derecho a molestar un domingo, prescindiré de la ecuación entre precios y sueldos respecto de países como Francia o España, donde se gana mucho más y, por ejemplo, la lechuga cuesta entre 2 y 4 veces menos que en casa. Y los cretinos encima consiguen repelente.
A la par de la indiferencia en la que se transita el camino a los juegos de París, los argentinos de a pie seguimos atestiguando una larga lista de batallas diminutas, básicas e inconducentes entre facciones que, al final del camino, parecen copiarse unas a otras para replicar procedimientos según sea el lado del mostrador del que circunstancialmente se ubiquen.
Entonces, mientras observamos absortos una suerte de horrible partido de tenis entre Drácula y Frankenstein me pregunto si, ya que abunda la rosca, no habrá alguien que “la vea” y haga lobby por el deporte.