¿Puede el deporte olímpico mirar de costado el conflicto de Medio Oriente?
Milos Forman fue un gran director de cine nacido en la vieja Checoslovaquia. Versátil e inquieto, a través de algunas de sus obras mas destacadas atravesó la Guerra de Vietnam (Hair, 1979), las particularidades del cerebro humano (Atrapado sin salida, 1975) o la historia del arte y la civilización misma (Amadeus, 1984). Ganador de múltiples premios, incluidos Oscar a la mejor película y al mejor director, Forman también tuvo una destacada presencia en la relación entre el cine y los Juegos Olímpicos. Lo hizo a través de Visions of Eight, una extraordinaria producción documental sobre los Juegos de Múnich, en la que ocho distintos directores aportaron su visión en igual cantidad de mediometrajes que dieron forma a una creación de poco menos de dos horas de duración. Cada uno tuvo una temática específica. Así como el mítico director francés Claude Lelouch se dedicó a “The Losers”, Forman lo hizo con “The Decathlon”.
En línea con las necesidades de la producción, Forman se alojó en la Villa Olímpica. Vivió en uno de los pisos superiores, a apenas 50 metros de la torre epicentro de la masacre de Septiembre Negro, en la que un grupo de terroristas secuestró y asesinó a varios miembros de la delegación deportiva de Israel.
Contó Forman en una producción especial sobre el momento que cambió definitivamente la lógica del sistema de seguridad de los Juegos: “En la mañana del 5 de septiembre recibí una llamada de mi oficina. Era mi secretaria quien me preguntó si estaba bien y si sabía lo que estaba sucediendo en la villa. Le contesté que no; entonces me pidió que me asomara a la ventana de mi habitación. Entonces vi una multitud de soldados, ambulancias y carros de la policía a pocos metros de la puerta de acceso a mi torre. Bajé a ver lo que estaba sucediendo y, a no más de 10 pasos encuentro un grupo de deportistas jugando al tenis de mesa y al mini golf, como si nada estuviese sucediendo. Le pregunté a uno de ellos si estaba al tanto del desastre y me contestó que sí. “Pero yo dediqué mi vida a participar de unos Juegos y nada me va a hacer perder el foco de mi objetivo. Hasta tanto no se suspendan las competencias seguiré concentrado en lo mío”.
Aquella confesión que parece hasta cruel y descarnada no deja de representar una visión en línea a la que, pocos días después, adoptó el mismísimo COI cuando en el Estadio Olímpico y hasta con un grupo de asientos vacíos a modo de recordatorio de las víctimas recientes, el presidente de la entidad Avery Brundage anunció la continuidad de los Juegos.
Es más, mientras aún había terroristas dentro de la villa, hubo delegaciones que salieron normalmente de allí en los micros para disputar partidos oficiales de básquetbol. El de 1972 fue, seguramente, el ejemplo más brutal respecto de cómo a veces disociamos los episodios extradeportivos dentro del ámbito del deporte. Y no nos detenemos.
A veces, es en nombre del show “que debe continuar”. A veces, es con el pregón irreal de que no debemos permitir que la política se meta con el deporte. Ya hemos dicho, y hay muchos ejemplos al respecto, que ambos géneros están inevitablemente vinculados. En muchos casos, se necesitan mutuamente. Y hasta termina siendo beneficioso para lo que disfrutamos los espectadores. No es sino la política de la mano del deporte lo que determina que hasta altos niveles gubernamentales pongan en un primer plano de discusión y disponibilidad de recursos todo aquello que hará falta para garantizar que París 2024 transcurra en paz.
A propósito, los acontecimientos de las últimas horas con la agresión armada de Irán sobre territorio israelí, que se suma a la zaga de interminables conflictos en la región, sumado al ya eterno conflicto a partir de la invasión rusa a Ucrania no garantizan que, camino a julio próximo, vayamos a estar mejor, más tranquilos y a resguardo de desbordes que ya no tengan marcha atrás.
Dicho de otro modo, ¿alguien se imagina cómo serían los Juegos de París si comenzaran mañana mismo, con el dramático panorama que ofrece un lugar tan sensible del planeta como es el Este europeo o Medio Oriente?
Por cierto, abonamos plenamente a que las cosas mejoren cuanto antes. Ya no por los Juegos en sí, sino por la gran cantidad de víctimas inocentes que padecen estas escaladas. No calculemos esas víctimas solo en fallecimientos sino en todas aquellas para las que, aun vivas, su existencia cambió dolorosamente para siempre.
Sin embargo, pensando nuestros días en modo olímpico, no habría que descartar que la lluvia de drones del último sábado haya activado fuertemente los grupos de Whatsapp de quienes participan de la mesa chica del movimiento.
Entonces, ¿creemos que continuarán los Juegos si, en medio de las competencias, sucediera en Francia algo similar a lo de Múnich?
Más que eso. Habida cuenta de las restricciones para atletas rusos y bielorrusos que todavía ni siquiera tienen garantizada una presencia en versión reducida, ¿cuál sería el análisis respecto de los países protagonistas de la nueva agresión bélica?
De alguna manera, podría decirse que el olimpismo pudo con el COVID-19.
Ojala no haya que dar otra muestra más semejante. Sobre todo, porque esta vez se trata de violencia geopolítica y religiosa. Un virus mucho más complejo de esquivar.