A 50 años del fracaso de la Selección en Alemania ’74: un jugador titular llegado a último momento, tres técnicos con ideas distintas y la sombra de la incentivación
Argentina había quedado en una posición extrema; la eliminación parecía inexorable. La cuenta era magra, porque en sus bolsillos apenas tenía un punto sobre los cuatro posibles y ya no dependía de sí misma. La ilusión con la que había arribado a Alemania ‘74, en el regreso a los Mundiales luego de 8 años, prontamente se fue desvaneciendo, por el debut con derrota ante Polonia y el empate con sabor a poco frente a Italia. Quedaba la fecha final, donde debía golear al débil Haití y esperar una victoria de los polacos, ya clasificados, para soñar con el pase a la siguiente fase.
Un periodista debe ser curioso por naturaleza, porque es algo que tiene que estar en su esencia. No conformarse con lo establecido e intentar investigar un poco más. En esa dirección actuó Héctor Vega Onesime, uno de los enviados de la revista El Gráfico, y así lo describió en su libro “Memorias de un periodista deportivo” y, tal como él lo expresó, dando comienzo a una de las historias más controversiales del fútbol argentino: “Convencí a mis compañeros Juvenal y Ricardo Alfieri para que fuéramos a la concentración de Polonia, pues daba una conferencia de prensa su entrenador Kazimierz Gorski. Allí le hice una pregunta: “¿Cómo van a jugar?”. Su mirada desafiante y su única respuesta no dejaron margen a la especulación: “De la única manera que sabemos jugar: a ganar”. En el restaurant del hotel, donde nos disponíamos a almorzar, observé que se encontraba Roberto Gadocha, figura de la selección polaca. Le hice la misma pregunta que a su entrenador, pero la réplica fue distinta: “Eso depende de los argentinos”. Con mis compañeros analizamos los alcances de la propuesta, ante lo cual decidí dar un paso de extremo riesgo: comunicar por teléfono a los futbolistas argentinos la posición polaca. Imprudencia de la que no tardé en arrepentirme. Hubo una oferta y un acuerdo. Polonia cumplió lo prometido frente a Italia y Argentina se clasificó tras golear a Haití. Jamás supe los alcances y la intimidad de aquella negociación ni el destino de la plata”.
Carlos Babington también nos recordó lo ocurrido en aquellas horas: “En lo personal tuve una buena actuación a lo largo del torneo, dentro de un equipo que no rindió. Arrancamos con el pie izquierdo, porque subestimamos a los polacos, quienes nos ganaron y a quienes se incentivó, poniendo 1.000 dólares por cabeza para que le ganaran en la fecha final del grupo a Italia. Pasamos a la segunda rueda, pero no sirvió de nada”.
La inmensa ilusión del pueblo futbolero fue deshilachándose a medida que pasaban los partidos, porque a la Selección le costó hacer pie desde el debut, convirtiendo a aquella Copa del Mundo de hace 50 años en un vía crucis futbolero. La preparación estuvo lejos de estar acorde con el acontecimiento, porque se arrancó tarde, y con rivales menores, como los combinados de ciudades y provincias del interior del país. El viejo mal de la AFA, que por muchos años parecía un laberinto infinito, desembocó en un alistamiento precario y casi amateur. Se apostaba a que los días de convivencia del plantel en Europa actuaran como bálsamo mágico para obtener buenos resultados. Una quimera.
Miguel Ángel Brindisi era una de las figuras de ese equipo, gracias a su enorme talento y capacidad para llegar al gol. En diálogo con Infobae recordó cómo vivió la previa de la Copa del Mundo: “Las expectativas eran increíbles, porque regresábamos a esa competencia después de ocho años y más en mi caso, que había estado presente en la eliminación del ‘69 contra Perú. Por ese motivo, deseché en ese tiempo todas las ofertas para actuar en el exterior, como las del Sevilla y Olympique de Marsella, entre otras, porque me quería tener una revancha en un Mundial”.
En la lista, había un gran ausente, pero que finalmente dijo presente. Era Carlos Babington, de nivel superlativo desde el año anterior en Huracán. Así nos recordó esos momentos: “Lo del Mundial ‘74 fue una desprolijidad absoluta. Yo había disputado las Eliminatorias del ‘73 con Sívori como entrenador, pero él se fue al lograr la clasificación y cuando asumió el Polaco Cap, nunca me convocó, algo que me llamó la atención porque estaba en el mejor momento de mi carrera, al punto que el recordado Antonio Carrizo abría su programa de radio La vida y el canto, que era muy escuchado, llorando un minuto todos los días porque no estaba en la Selección (risas). Un día le dije que se lo agradecía, pero era demasiado”.
Desde enero había comenzando una pelea por el rating en el mundo de las transmisiones deportivas, con la aparición de Deportes Belgrano, por esa radio, con un grupo escindido de la histórica Oral Deportiva de José María Muñoz por Rivadavia. Ambas tenían como gran objetivo la cobertura de la Copa del Mundo. El relator del nuevo grupo era Ricardo Podestá, que de este modo lo evocó: “Hicimos la gira previa de cinco partidos, en la que ya veíamos el desorden total y sabíamos que no podía terminar bien. Ahí se lesionó Avallay, quien se tuvo que volver y los directivos querían convocar a Carlos Aimar, pero nosotros desde la radio presionamos para que el elegido sea un talentoso que no podía estar afuera: Carlos Babington. Para uno de los amistosos fuimos a Ámsterdam y Holanda ganó 4-1. Víctor Rodríguez, ayudante del técnico Cap, esa misma noche en el hotel dijo que era bueno ir conociendo a los posibles rivales del Mundial para sacar conclusiones. No aprendieron nada (risas), porque en Alemania nos ganaron 4-0, y el score pudo tener 10 goles de diferencia”.
Luego de muchas marchas y contramarchas, se decidió convocar a Babington, quien estaba jugando con su equipo el cuadrangular final del Metro ante Newell´s, Rosario Central y Boca. Viajó a pocos días de iniciarse el Mundial y su sorpresa fue mayúscula al pisar la concentración: “Llegué a último momento a Alemania por la lesión de Roque Avallay. Arribé un viernes, cuando faltaban ocho días para el debut contra Polonia y esa misma noche me confirmaron que iba a ser titular. Eso marcó el desastre que se vivió ahí. No se pueden cometer tantos errores juntos en un solo torneo y más si se trata de un Mundial. Y así nos fue, pese a que teníamos grandes futbolistas, al punto que el Flaco Menotti siempre me dijo que en el ‘74 había mejores jugadores que en el ‘78, pero ahí hubo un equipo de verdad. Con lo de la Copa del Mundo de Alemania puedo hacer un libro con las desprolijidades que se hicieron (risas). Eran tres técnicos y cada uno te decía una cosa distinta, según su gusto. Una locura”.
El sábado 15 de junio, a las 14 horas de nuestro país, era el momento del debut. La expectativa había crecido mucho y en toda la geografía nacional los televisores, por supuesto en blanco y negro, clavaron su sintonía en Canal 7, la única emisora propietaria de los derechos. Enfrente estaba Polonia, que llegaba con buenos antecedentes y la base del equipo que había obtenido la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Múnich ‘72. Antes de cumplirse los dos minutos, Mario Kempes tuvo una gran ocasión para abrir el marcador, pero al quedar solo ante el arquero, remató desviado. Cuatro años más tarde, tendría su revancha… A los cinco, un increíble error del arquero argentino, el siempre seguro Carnevali, a quien se le escapó la pelota de las manos, decretó la apertura del marcador para los polacos. Una nueva falla suya en el segundo tiempo, permitió la tercera conquista de los europeos, que se impondrían por 3-2. La edición de la revista El Gráfico, en su página tres, debió hacer una aclaración, ya que allí venía una nota, hecha con anterioridad, cuyo título parecía una fina ironía: “El arquero que todo el mundo nos envidia”. Nadie podía suponer el flojo rendimiento de Carnevali en el debut.
Ya no quedaba margen para el error, porque una derrota con Italia en el partido siguiente podía decretar la eliminación. Argentina arrancó bien, gracias a una terea extraordinaria de René Houseman, que maravilló al mundo. Uno se siente un privilegiado de haber podido hablar con el Loco y registrar algunos de sus recuerdos, como los de aquella noche: “Mi primer gol en un Mundial fue contra Italia en el ‘74, a partir de una jugada clásica que hacíamos con Babington en Huracán, donde él amagaba que me la daba al pie y luego la picaba. Carlitos me la puso como con la mano, a la perfección, y allí pegué un salto increíble y definí. Lo más divertido fue que cuando impacté la pelota, le dije a Zoff, el arquero italiano: ‘Cazala, Dino’ (risas). Ahí logramos ponernos 1-0 y en una de las jugadas siguientes, un defensor, creo que Sandro Mazzola, me dio un tremendo codazo que me dejó en la lona. Quedé un momento en estado de inconsciencia y para poder atenderme, me sacaron fuera de la cancha. Después de unos minutos, cuando logré recuperarme, miré el inmenso tablero electrónico del estadio de Stuttgart, donde ponían el resultado con los autores de los goles, donde vi que decía Houseman y Perfumo. Pensé que estábamos 2-0, pero cuando observé bien, resultó que era 1-1, porque Roberto se lo había hecho en contra. A la noche, lo gastábamos como locos en la habitación al Mariscal: ‘No hacés nunca un gol y lo venís a convertir en el Mundial, pero en contra’” (risas).
Había llegado la clasificación tras la goleada 4-1 a Haití y la victoria polaca frente a Italia, pero lo más difícil estaba por venir, con otra zona de cuatro, cuyo ganador sería el finalista, compartida con Holanda, Brasil y Alemania Oriental. El debut no pudo ser más duro: ante la Naranja Mecánica, sensación absoluta. Uno recuerda la charla con el inolvidable Roberto Perfumo, quien tenía muy fresco lo vivido esa tarde: “Ellos tuvieron una superioridad tremenda, como nunca había sentido adentro de una cancha, porque poseían una dinámica arrolladora. Siempre el que mejor percibe el dominio del rival es el defensor central y por eso me daba cuenta, ya que los tipos me pasaban literalmente como aviones por delante de mí nariz y yo preguntaba: ‘¿Qué está pasando acá?’ (risas). En un momento, un delantero remató desviado por arriba del travesaño y Daniel Carnevali, salió corriendo a buscar la pelota para reanudar. Me acerqué y le dije: ‘Pibe, dejate de joder, no te apures’. A lo que me respondió: ‘Pero Roberto, vamos perdiendo 2 a 0′. Y casi sin dejarlo terminar, le contesté: ‘Estamos en el primer tiempo y si seguimos así, nos comemos 20 goles’” (risas).
Tras el aplastante 0-4, el paso siguiente era contra Brasil. En un partido parejo, la derrota por 2-1 certificó la eliminación. El único tanto fue de Miguel Brindisi, con un soberbio tiro libre: “Hacer un gol en un Mundial es lo máximo que le puede pasar a un jugador, y más si es en el clásico, con todo lo que encierra. Además, ellos tenían un equipo excepcional, lleno de figuras. Fue lo más grande que me tocó vivir, más allá de que el torneo en sí fue una enorme frustración para nosotros”.
Al día siguiente, una noticia conmovió a todos los argentinos, al conocerse al fallecimiento de Juan Domingo Perón, por entonces, ejerciendo su tercer período como presidente de la nación. A muchos kilómetros de distancia, el impacto fue mayúsculo, como lo rememoró Miguel Brindisi: “Para nosotros fue dificilísimo. Habíamos tenido el día libre y cuando regresamos al hotel, vimos que estaba la bandera a media asta y enseguida nos dimos cuenta de lo que había pasado. Los dirigentes comenzaron las gestiones para poder regresar lo antes posible, pese a que nos restaba el partido contra Alemania Oriental. Yo era uno de los dos capitanes, junto con Roberto Perfumo y estábamos decididos a no disputarlo, porque sentíamos que no podía darse la situación de estar velando al presidente de tu país y tener que estar jugando. Nos comunicaron que estábamos obligados a hacerlo, porque en caso de no presentarnos, Argentina perdía la sede del ‘78. Salimos finalmente a cumplir con el compromiso: estábamos en la cancha, pero no estábamos…”.
El velatorio en el Congreso Nacional se extendió por cuatro días de incesante lluvia. Ese mismo lapso de tiempo duró el duelo que decretaron las autoridades y se pausaron todas las actividades. En los medios no se podían emitir programas humorísticos ni eventos deportivos y por ello, la despedida del Mundial ‘74 no se vio por televisión. Tampoco se transmitió por ninguna radio argentina, pero sí los amantes del fútbol lo pudieron seguir por Colonia, que tenía gran audiencia y penetración en el país, pero su sede legal estaba en Uruguay. En el estadio Park de la ciudad de Gelsenkirchen, la bandera celeste y blanca estuvo a media asta y a los 10 minutos, se detuvo el juego por un instante, en homenaje a Juan Domingo Perón. Los integrantes del cuadro nacional lucieron un brazalete negro sobre la casaca azul, en el olvidable empate en uno con Alemania Oriental, que dejó para la estadística el debut oficial en la Selección de quien tendría una larga carrera allí, al punto de ser considerado el mejor en su puesto: Ubaldo Matildo Fillol.
El balance no podía arrojar otra cosa que frustración. Apenas el mínimo objetivo de la clasificación para la segunda fase, pero nada más, pese a contar muy buenos futbolistas, como recuerda Brindisi: “Teníamos un plantel de grandes jugadores, pero nunca pudimos conseguir ser realmente un equipo. Tampoco colaboró el hecho de irnos tanto tiempo antes para una gira que aportó poco. Fue la primera experiencia de la fusión entre los que actuábamos en el medio local y los que lo hacían en el exterior, pero no salió bien. La parte positiva fue que eso le sirvió muchísimo a Menotti, que observó todo, enseguida asumió y transformó al fútbol argentino, con seriedad y el logro de ser campeón del mundo”.
Con la misma precisión con la que jugaba, Miguel acierta en el análisis. La inmensa ilusión que despertó el Mundial ‘74 para los argentinos, prontamente se trocó en frustración. Por suerte, contra la lógica de lo que solían hacer, los dirigentes actuaron rápido, designando a un entrenador que iba a cambiar la historia de la Selección, con la inolvidable consagración frente a los holandeses en el Monumental, apenas a la vuelta de la esquina futbolera, cuatro años más tarde.