Vivió en hostels y vendió empanadas en Irlanda hasta que el destino lo condujo a Bielsa: la historia jamás contada del “Traductor” Diego Flores
Nada sucede por casualidad, en el fondo las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos. La frase pertenece al filósofo griego Platón y bien podría describir la historia de vida y profesional de Diego Flores, un cordobés soñador criado en las barriadas de su provincia natal que se escapó de su zona de confort en busca de cumplir sus sueños. Cómo un futbolista amateur de la cuarta división del fútbol argentino que se retiró a corta edad (30) pasó a formar parte del cuerpo técnico de un entrenador de élite como Marcelo Bielsa. Su apodo, Traductor, es un mero simplismo si se conocen los pergaminos de este DT de 42 años que acaba de tener su segunda experiencia como líder de grupo en Godoy Cruz. Y va por más.
En el barrio cordobés de Maipú, Diego hizo rodar la pelota de fútbol un millón de veces junto a sus dos hermanos, uno mayor y otro menor, durante toda su infancia y adolescencia en las zonas aledañas a la casa que alquilaba su familia. Plaza, tierra, barro, adoquín o pavimento, cualquier superficie servía para que girara la redonda, actividad que se replicaba en la escuela. Ya con residencia propia en el joven Barrio Presidencial San Carlos, a doce cuadras de la cancha de Talleres, los Flores lidiaban con la falta de gas y otras comodidades que se fueron desarrollando con el tiempo. Los baldíos de la vecindad nunca estaban vacíos, siempre había un eco, un grito de emoción. Allí Diego empezó a forjar sus dotes de mediapunta con gol devenido en volante interno que pasaría por las inferiores de Belgrano y Club Atlético Avellaneda (antes Deportivo Colón, donde surgió Mauricio Caranta) hasta ganarse un nombre en la liga local con Las Flores, San Lorenzo de Córdoba y otros clubes de las ligas del interior.
Como había hecho el profesorado de educación física y estaba encaminado con el curso de técnico, a Diego Flores le alcanzaba para vivir solo con los viáticos que le daba el equipo de turno y el sueldo como profesor de gimnasia de escuela primaria o secundaria, según tocara. Con esos ingresos, además, se solventaba los estudios de idioma, herramienta que consideró fundamental para destacarse sobre el resto de sus colegas. A los 24 años se percató de que su destino era ser entrenador de fútbol, a los 30 se retiró como futbolista y a los 32 ya dirigió la Primera de uno de los clubes en los que había jugado. De ahí a hacerse la América en Irlanda, entrevistarse con Mauricio Pochettino en Southampton -con Daniel Osvaldo como “padrino”- y golpearle la puerta a Bielsa, no sin antes habérselas rebuscado viviendo en hostels de toda Europa y vender empanadas en Dublin.
—¿En qué momento te percataste de que querías ser entrenador de fútbol profesional?
—Entre que jugaba, estudiaba y dirigía me di cuenta de que la pasión por jugar, la docencia y el liderazgo se unían en una carrera. Ahí descubrí que esa era mi vocación. Desde los 24 años tuve claro que quería ser entrenador y en cada cosa que hacía proyectaba mi carrera. A esa edad empecé a dirigir fútbol infantil y me pasaba que los días anteriores a los partidos no me podía dormir, tenía mucha emoción, lo disfrutaba y sentía mucho. Lo tomaba como un premio que me había dado Dios. Era como si se hubiera despertado una fuerza superior en la formación de la que había tenido como docente. No tenía drama en levantarme a las 6 de la mañana o terminar a las 12 de la noche para estudiar idioma. No había excusas ni cansancio. Fue como descubrir a tu gran amor, nunca sabés cómo es, lo sabés realmente cuando lo encontrás.
—¿Consideraste que el idioma era una llave para insertarte en el mundo del fútbol?
—Mis padres me mandaron a inglés toda la vida y nunca quise estudiar. Iba los primeros dos días y me volvía. Cuando planifiqué ser entrenador profesional, yo veía que en Córdoba los entrenadores sin nombre eran tapados por los que sí lo tenían y necesitaba diferenciarme en algo. En esa época el tema del idioma para los argentinos no era algo muy valorado, recién las nuevas generaciones de ahora vienen con otro ADN. A partir de los 24 años empecé con cinco años de francés y dos años de inglés. Con esa base, sin hablar ninguno de los dos idiomas, me fui a Europa.
—¿Por qué preferiste estudiar francés antes que inglés?
—Es una buena pregunta. Por la vida misma, es inexplicable. En quinto año de secundaria tuvimos francés en el colegio y yo, siendo mal alumno, recibí apoyo de una profesora particular. Era una señora amiga de la familia que trabajaba como locutora de radio en Córdoba y había estado en Francia. Sus vivencias en la calle me atraparon más que el idioma en sí. Después haciendo el trámite de la ciudadanía descubrí que una tatarabuela mía era francesa. Y por los impulsos que uno toma en la vida. Era como si mi alma, mi espíritu hubiera sabido que tenía que capacitarme en esas dos áreas para poder llegar adonde llegué. En mi primer trabajo formal fue clave el francés y no el inglés, cuando cualquiera hubiera ido primero con el inglés. Por saber hablar francés me encontré haciendo una ayudantía en Olympique de Marsella, pasé al Lille y después sí ya al inglés con Leeds United.
—¿Cuándo maduraste la decisión de irte a buscar tu lugar en el fútbol a Irlanda?
—Ya había jugado, dirigido infantiles, inferiores, Primera y había sido ayudante de campo en un Federal B. Había llegado a un tope. Tenía 32 años y llevaba nueve años con recibo de sueldo de docente. Renuncié a un trabajo que a cualquier profe le gustaría tener, full de horas y con buen sueldo. En ese momento falleció mi papá, pero me fui muy fuerte de la cabeza, con la presión de no poder regalar nada porque había dejado mi trabajo, sabiendo que si me iba mal me tenía que volver, pero que si me iba bien estaba abierto a seguir en Europa hasta que consiguiera trabajo. Elegí Irlanda porque era el único país de Europa en el que una persona mayor de 30 años tenía un permiso de trabajo intermedio por un año, con cuatro horas para estudiar y cuatro para trabajar.
—¿Tenías contactos? ¿Cómo fueron esos primeros meses en un mundo desconocido?
—Me fui sin contactos. Un amigo como Luciano Theiler, que en ese momento estaba en Sportivo Belgrano de San Fracisco, me contactó con Santiago Falbo, un chico que jugaba y trabajaba allá y me dio una mano. Por su recomendación conseguí trabajo ahí a los cuatro meses, justo cuando me estaba quedando sin plata. Iba a estudiar cinco horas a la mañana y estaba otras diez horas con cuadernos, escuchando audios, viendo videos y películas para que el inglés se me metiera bien adentro. Traté de vincularme con los nativos y hablar con ellos, me alejé de los círculos donde había argentinos, uruguayos y españoles porque estaba compenetrado en meterme de lleno con el idioma. Un día paseando en un parque me puse a hablar con un grupo de chicos de la Sub 18 de un club local. Allá tienen parques muy grandes con canchas de fútbol y rugby, que usan las comunidades porque son públicos. Al tiempo ya estaba jugando y dirigiendo en ese equipo de Dublin.
—O sea que le dedicabas todo el tiempo de tu día a formarte como entrenador…
—Cuando uno está afuera, no tiene el “compromiso” de comer un asado con amigos o una reunión familiar, el tiempo te sobra. Yo trabajaba diez horas y después de las 6 de la tarde por ahí no tenía nada para hacer. En Irlanda estudiaba cinco horas por día a la mañana, trabajaba y después hacía todo el recorrido de un tren en 40 minutos para entrenar a los chicos en el club y me quedaba una hora más para jugar con los más grandes. Empezaba a las 7 de la mañana y volvía a las 12 de la noche, pero hacía todas cosas que me hacían crecer. Estudiaba inglés, ahorraba plata y aprendía palabras nuevas del ámbito del fútbol que me enseñaba el entrenador del equipo. Si íbamos a un pub a tomar una cerveza o me invitaban a comer, conocía más de la cultura y su corazón. Me sorprendía que cuando ganábamos un partido, los padres que venían a apoyar a los chicos no los abrazaban, solo les daban la mano. Fue todo muy intenso. Cuando me relajé con el idioma sí empecé a hacer lindos lazos con gente de nuestra cultura. Otra cosa clave fue que hice todo solo, sin familia, porque fue una experiencia en la que pasé necesidades y con un acompañante hubiera sido más difícil.
—Antes de conocer a Marcelo Bielsa, visitaste a Mauricio Pochettino en un entrenamiento. ¿Cómo llegaste a él?
—Viajé por una aerolínea low cost a Londres y de ahí me fui en colectivo a Southampton. Llegué de noche y no encontraba alojamiento, todo era muy caro para mi presupuesto de hostel. A la 1 de la mañana ubiqué un lugar que alojaba empleados de la construcción. Me atendió un hombre grande que me transmitió buena energía y me invitó a quedarme gratis los primeros días. ¡Al menos eso es lo que le entendí, ja! Esa noche pasé frío, me levanté a las 6 de la mañana y tuve el impulso de ir directo al entrenamiento del Southampton. Tomé un tren y un colectivo. Llegué una hora antes con café y galletas para estar todo el día. La luché con los tipos de la entrada, que me hablaron con respeto pero no me dejaron ingresar. Empezaron a entrar los jugadores y yo no los paraba porque me daba vergüenza, hasta que sentí el motor de un Porsche que dobló a máxima velocidad y se puso al lado mío. Era Daniel Osvaldo. Ahí le pude hablar, le dije que era entrenador, que estaba estudiando inglés en Irlanda y quería ver un entrenamiento. Me respondió que estaba llegando tarde y que iba a tratar de hablar con alguien. Se ve que lo logró, porque Pochettino y (Miguel) D’Agostino (NdeR: ayudante de campo) se acercaron para ver quién era. Podía ser un técnico X o alguien al que ellos conocieran. Quizá por no despreciarme, se acercaron.
—¿Cómo fue el recibimiento de un tipo tan reconocido en el mundo del fútbol como Pochettino?
—Ahí hice un clic y me di cuenta de que estos cuerpos técnicos top eran humanos igual que cualquiera. Vi esa humanidad y sentí que se podía llegar a esos círculos. Yo tenía cosas para dar. Ya había fracasado en Irlanda cuando algunos entrenadores me cerraron las puertas, pero el cuerpo técnico de Pochettino me las abrió. Pude compartir esa semana con ellos. Mauricio me hizo entrar al estadio y recorrí las instalaciones, tuvo varios gestos conmigo. Un día me invitó a ver un partido del Sub 21 contra el Manchester United que arrancaba a las 7 de la tarde, la hora en la que se termina el servicio de colectivos. El partido terminó a las 9 y no tenía forma de volverme. Estaba a 20 kilómetros de distancia, pero me dio vergüenza pedirle a alguno de ellos que me acercara hasta el centro. Me estaban dando una mano y no quise agarrar el codo. Me volví caminando tres horas por la ruta, por la circunvalación, bajo la lluvia, sacando las cuentas de lo que me faltaba con los carteles que veía. Pero feliz de la vida de lo que estaba viviendo, de haber estado ahí. Disfruté esos 10 o 12 kilómetros hasta que encontré una parada de colectivos que me dejaban en el centro. En Marsella me pasó lo mismo: me invitaron a una cena y no había colectivos para volverme, así que caminé cuatro horas y media hasta el lugar donde vivía. Me parecía importante saber ubicarme y leer esas cosas. Lejos de sufrirlas, esas caminatas de vuelta a casa después de haber conocido a alguien importante, las disfrutaba. Les encontraba algo positivo, como que estaba haciendo actividad física o lo que sea para tratar de llevarla lo mejor posible.
¿Qué pasó entre la visita a Pochettino y tu desembarco en el cuerpo técnico de Bielsa?
—Fueron muchas señales enviadas al universo. Cuando les relataba las historias a los chicos de Dublin no lo podían creer. Era vivir un sueño, una película de Disney. Un mundo apasionante. Se me dio todo muy rápido, pero yo hace diez años venía de muchos esfuerzos y cosas hechas. A los cuatro meses de la visita a Pochettino, me contacté con el cuerpo técnico de Bielsa. Yo tenía planificado pasar ocho meses en Irlanda y cuatro en Francia para perfeccionar los dos idiomas. Pero el primer mes en París se me hizo muy caro, estaba acostumbrado a hostels de 12 euros y ahí me salían 27 cada noche. Quería irme a una ciudad más chica y cuando sonó Marcelo en Olympique de Marsella, decidí instalarme ahí. La ciudad era bastante grande, pero también más económica. Un día fui a ver un partido del Marsella y me tocó el asiento 22 (el “Loco”, apodo de Bielsa). Fue otra señal que busqué para empujarme a mí mismo a terminar creyendo y ser más proactivo. Llamé a un amigo de Córdoba, el Negro Camilo, y le dije que me tenía que hacer el favor de ir a un pueblo cercano a Rosario para contactar a alguien que fuera cercano a Bielsa. Lo instruí: le dije que lo iban a proteger, que le iban a decir que no, pero le pedí que insistiera. Fue con una hojita que decía que yo era técnico de fútbol, que quería aprender y que sabía hablar francés e inglés, nada más. No era ni siquiera un currículum. Encontró a Diego Navone, que hoy es ayudante de Gabriel Heinze y lo asistía a Diego Reyes, auxiliar de Bielsa, y consiguió que le enviara un mail a Reyes. A los tres días Marcelo mandó a Reyes a Marsella a estudiar al club y lo conocí allí. Yo lo ayudaba con el idioma y de a poco me fui metiendo en su equipo de trabajo. A la vez, yo aprendía porque el francés lo había estudiado pero no hablado, aunque tenía más herramientas para comunicarme que ellos. No tenía a nadie conocido en el mundo del fútbol, no conocía a amigos de Bielsa o Pochettino, se fue dando. Fui empujando y la vida me sorprendió.
—¿En qué momento pasaste a formar parte del cuerpo técnico de Bielsa de forma oficial?
—Después del primer período en Marsella algunos integrantes del cuerpo técnico se fueron y quedaron huecos. Yo me acerqué más, pero sin contrato de trabajo. Marcelo renunció a la primera fecha de la segunda rueda. Viví toda la parte del scouting en profundidad, me empecé a relacionar más con Marcelo. Fueron dos períodos de cuatro meses que tuve, uno a inicios de 2014 cuando ellos llegaron y otro al final de 2015 cuando se fueron. Hice buena relación con el preparador físico que estaba, que me propuso irme a la selección de Arabia Saudita, pero no fui. El profe me había tratado de maravillas, pero mi lógica decía que yo lo había conocido a él por Marcelo, y en la primera experiencia me iba a doblar por un interés económico, no por lo que sentía. Entonces no acepté. Y sí, seguramente mi decisión haya tenido algo de impacto para que me acercara más a Marcelo y su cuerpo técnico. Ahí me llamaron y compartimos las previas para ir a posibles clubes. San Pablo, Swansea de Gales y Lazio, donde firmé mi primer contrato, que al final se cayó. A los meses fuimos a Lille, donde tuve mi primera experiencia profesional. Yo tenía todo el amateurismo, el idioma y la formación de un año y medio con un grupo de trabajo que habían sido como seis años de universidad por la intensidad de los trabajos y la capacitación. Eso hizo que llegara preparado, me sentía muy sólido en un montón de cosas, pero no tenía experiencia profesional. Eso era un signo de interrogación.
—¿Cuándo hiciste la metamorfosis de ayudante de campo a también tener labores como traductor?
—La pretemporada de 2018 con Leeds fue en Australia. Marcelo decidió que viajara un grupo y que otro se quedara en Inglaterra. Carlos Corberán, uno de los ayudantes de campo, perdió el pasaporte y no pudo ir. Entonces al día siguiente me mandaron a mí de colado en otro avión. Jugamos un amistoso con Manchester United y Marcelo no quiso ir a la conferencia de prensa post partido. Me mandó a mí solo, algo que no hizo nunca. Mirá lo que es la vida que a ese partido fue un periodista inglés que cubre al United, Andy Mitten, al que había conocido en Irlanda en un negocio en el que yo vendía empanadas. Es un local que se llama South American Shop al que todos los argentinos que están ahí van porque también venden yerba, alfajores y golosinas de acá. Ese fue mi trabajo en Dublin. Hablamos de fútbol, le mostré mi foto con Pochettino y él me mostró las suyas con Cristiano Ronaldo y Messi. Había sentido buena energía de mi parte y quedamos en contacto. Después volvimos a cruzarnos en Leeds, comí con su familia y todo. Increíble, seis años antes le estaba vendiendo empanadas.
—¿De ahí en más entonces pasaste a ser traductor de Bielsa?
—Ya se había ido Salim Lamrani y lo ayudábamos todos. Una vez Corberán, otra vez el entrenador de arqueros Marcos Abad y finalmente me quedo yo ayudando a interpretar. Marcelo no quería que viniera nadie de afuera. Imaginate que aprendí inglés a los 32 años y a los 36 o 37 era traductor de Bielsa. Igualmente no sentía presión, sí estaba alerta. Nunca se me ocurrió no dar una mano en algo que me pidieran. Y tenía la contención de Marcelo, que me decía que no me preocupara, que él sabía que no estaba ayudándolo un traductor, que era un tipo que trataba de interpretarlo ante la prensa.
—En Leeds tuvieron la frustración por el ascenso en el primer año y después sí pudieron conseguir el éxito en el segundo. ¿Cómo viviste esa mala seguida de la buena?
—Fueron dos años brillantes. En el primero se cayó el ascenso al final, pero se compitió todo el año entre los tres primeros. Se vendió un jugador en 11 millones de libras, se maduraron procesos, jugadores suplentes se convirtieron en titulares y se llegó después de mucho tiempo a tener un jugador en la selección nacional (Kalvin Phillips) siendo un equipo de segunda división. El segundo año fue en el mismo tono, con la pandemia en el medio y un sprint final fantástico en el que se le sacó mucha diferencia a los rivales. Esos festejos no me los voy a olvidar más en la vida. No sé si voy a volver a vivir algo así. Fue otra cosecha, otro premio para mí. Cada abrazo con mis compañeros, con los jugadores, verlos festejar, que lloren en tu hombro… Había mucha comunión entre el cuerpo técnico y los jugadores, quizás no de ir a comer individualmente con ellos, pero sí un abrazo, un chiste, el cariño. Seguramente eso ayudó a que en dos años no hubieran crisis futbolísticas. Estuvimos primeros, segundos o terceros todo el tiempo. Se generaron cosas muy lindas. Éramos el cuerpo técnico que ellos necesitaban y ellos eran los jugadores que necesitábamos nosotros.
—Incluso a Bielsa, que no es tan demostrativo, se lo vio muy emocionado con los futbolistas…
—Había jugadores que me decían “Marcelo me enseñó a ser mejor persona, mejor jugador, mejor esposo y mejor padre”. Y vos pensabas en la cantidad de cosas que los jugadores habían recibido desde lo futbolístico de Marcelo para asimilarlo en su vida personal y que estén tan pleno.
—¿Vos también tuviste tu momento emotivo con Marcelo?
—Todos lo tuvimos. Somos todos humanos, tenemos errores y virtudes, días más y menos alegres. Ese abrazo nos lo dimos entre todos. Es normal para un grupo que salió campeón después de haber luchado lo que luchó ese cuerpo técnico y jugadores. Fue un momento único que vivimos. Imaginate las jornadas larguísimas de trabajo, de estar en el detalle, dejar cosas de lado. Esos abrazos quedan para siempre tanto con Marcelo como con cada uno de mis compañeros y hasta con la gente del club, a la que abracé como si fuera mi familia. Capaz no tengo la gimnasia de recordar eso todos los días de mi vida y lo hago ahora hablando con vos, pero son emociones muy lindas, increíbles.
—¿Te tocó participar en el escándalo del Spygate?
—Sí, participé. No fui el que fue a observar el entrenamiento del rival, pero todos lo vivimos. A nosotros también nos vinieron a ver varias personas de otros clubes pero nunca los denunciamos. Es realmente como lo explicó Marcelo, el tratar de hacer todo lo posible para ganar los partidos, aunque eso no era lo que nos hacía ganarlos. Creo que fue bien manejado. Algunas personas lo usaron, lo denunciaron como algo terrorífico y no había sido así. Acá en Sudamérica es una práctica muy normal. Se vivió, se pasó y fue otra experiencia más de vida.
—Y también estabas presente en el partido en el que Bielsa ordenó que se dejaran hacer un gol…
—Era muy obvio que había que devolverlo. Marcelo lo leyó muy bien y tomó la decisión correcta. Nuestro jugador amagó a frenar y ahí es cuando el rival se frenó. Después, como un compañero nuestro le pidió el pase, se la dio. Y el que pidió el pase, continuó hasta el final. Encima la jugada fue al lado nuestro. No lo quiso hacer, pero a los ojos del rival había quedado como un engaño. Había que devolverla. Si no devolvíamos el gol, a lo mejor esto se sumaba a lo del Spygate y podía haber sido un peso extra en contra dentro del fútbol inglés. Fue una buena decisión.
Luego de acordar su salida de Godoy Cruz de Mendoza por diferencias con el presidente del Tomba, Flores cura la herida de su alejamiento en Mendoza. En realidad, desearía estar en Miramar, localidad cordobesa de apenas 5.000 habitantes a la vera de Mar Chiquita de donde es oriunda su esposa. Allí tiene su oficina de trabajo y descansa la mente viendo a su hijo jugar en la calle ya que casi no existe el tránsito vehicular. Pero como su casa está en construcción, no abandonó el territorio cuyano y reagrupa fuerzas a la espera de una nueva chance en el fútbol. Ya lo sondearon algunos conjuntos del exterior, aunque lógicamente está dispuesto a seguir en el medio nacional. En la última parte de esta entrevista, el Traductor analiza el fútbol actual, detalla sus proyectos como cabeza de grupo, saca conclusiones de sus dos ciclos en el Bodeguero y mira más allá.
—¿Te fuiste enojado de Godoy Cruz? (NdeR: hizo referencias tácitas al presidente Alejandro Chapini como “hincha VIP”).
—No, para nada. Fue otra experiencia de vida muy buena. Fueron pocos meses, pero pasaron muchas cosas. Rearmamos un plantel, se fueron cerca de 25 jugadores, trabajamos mucho, vimos 300 futbolistas y trajimos 13. Mejoramos el scouting de la primera etapa. Estuvimos menos fechas, pero era mucho más sólida esta idea más allá de que fue menos vistosa que en la etapa anterior. Antes teníamos jugadores que resolvían y ahora estábamos en proceso de encontrar a esos jugadores que resuelven partidos, pero necesitábamos más partidos juntos. Fuimos sólidos defensivamente, sacamos el 44% de los puntos con un fixture muy jodido de visitante. Creo que había sido un buen comienzo. Pasaron cosas que no me gustaron y lo expresé públicamente, creí que lo tenía que hacer. El club entendió que por esas manifestaciones no podía continuar y se dio un cierre. Yo sentí que tenía que hablar, que no podía quedarme callado. Lo pensé, no fue una reacción desde el enojo. Godoy Cruz es una gran institución que me dio posibilidades y siempre le estaré agradecido. También hicimos una crítica interna de ambas partes para dar pasos hacia adelante como siempre lo hemos hecho. Godoy Cruz da pasos para adelante todo el tiempo y nosotros como cuerpo técnico también. Fue una segunda experiencia, con nuevas cosas, vivencias, jugadores y partidos. Esto nos dejó fortalecidos.
—¿Cuáles fueron las diferencias que hicieron que te vayas de Godoy Cruz?
—Hay pocos presidentes que están identificados con procesos. Se sabe desde el día 1 que esto está muy abocado al resultado, pero existen excepciones de algunos dueños de los clubes y presidentes que realmente sienten el tema del proceso. No hace falta ser adivino para saber cuáles son los clubes y el crecimiento que han tenido. No solamente desde lo institucional e infraestructura sino también desde lo deportivo. No sé por qué en Argentina hay tanta desesperación a la quinta, sexta o séptima fecha cuando lo que se ve en el día a día es muy bueno. Es como que el resultado manda, entonces creo que hay que apuntar mucho a eso. Esta última experiencia me hizo entender que no hay que tomar ciertos riesgos porque el proceso no espera, no hay que hacer tanta inversión de tiempo en jóvenes sino un mix. Lo más importante acá es la experiencia, los partidos jugados. Mientras más partidos jugás, más mercados tenés y más jugadores conocés, creo que sos mejor cuerpo técnico.
—¿Los métodos de trabajo que se emplean en Europa son aplicables y adaptables en Argentina?
—Hay parte del método de trabajo que uno lo cambia por la cultura del futbolista argentino y por lo que se siente en el día a día. Hay que atender cómo se siente el futbolista argentino y cómo uno siente que lo transmite. Sí creo que muchas cosas que se hacen en Europa se pueden hacer tranquilamente acá, porque hay recursos humanos para desarrollarlas. Me ha pasado de ver algo que no encajaba, pero uno lee esas situaciones y cambia hasta percibir un mejor recibimiento. Entonces se trata de amoldar un poco por la cultura social. Por ejemplo en Leeds nos pasaba que los jugadores se aferraban mucho a lo que había que hacer y cuando uno repasa la historia de la ciudad, ellos vienen de exponer su físico en las minas de carbón, de trabajos pesados y ser sacrificados. En Leeds el sacrificio estaba muy bien valorado. En Argentina somos más de la impronta, la creatividad, la alegría, entonces tener en cuenta eso también es importante para que la convivencia del día a día sea buena. A veces es más importante eso que lo que uno le pueda llegar a aportar al jugador.
—Se ha visto que Bielsa trata de imponer cierta mecanización de movimientos y trabajos. ¿Sos más de remarcar esa faceta o darle rienda suelta a la creatividad?
—La comparación es mala porque Bielsa es Bielsa. Estamos hablando de un supermercado de marca contra un kiosco de barrio. Marcelo está muy lejos de matar la creatividad, al contrario, la estimula todo el tiempo. Su liderazgo, su espalda futbolística y conceptal es otra cosa, no se puede comparar. Que yo haya aprendido de él no quiere decir nada más que yo haya aprendido de él. Por ahí no se dimensiona lo que es Marcelo. Está muy por encima de todo. A las 8, 9 o 10 de la mañana, o a las 12 de la noche. Sí te puedo decir que de acuerdo a la cultura del lugar hay que valorar al futbolista y adaptar un poco lo que uno trae sin perder su esencia.
—Para el que no te conoce demasiado, ¿cómo te describirías como entrenador?
—Estoy convencido y he aprendido que los equipos que defienden muy bien también atacan bien porque el creativo sabe que la puede perder y el equipo la va a recuperar. Me gusta mucho garantizar lo defensivo, trabajo mucho en eso, tratamos de darle solidez a lo defensivo y paralelamente trabajar las relaciones de arquero con defensores, centrales con medios, medios con laterales y centrales con laterales para así enriquecer el juego ofensivo lo más que podamos. Asegurar la solidez defensiva no quiere decir que el equipo sea amarrete. Como hincha, me frustré muchas veces porque mi equipo terminaba 0 a 0 y no hacía goles. Eso no me gusta, no lo siento. Me frustra irme 0 a 0 ante mis hinchas. Creo en ese fútbol total. Creo que hay que ser sólidos defensivamente y paso a paso construir lo ofensivo. Los procesos largos ayudan a desarrollar esa idea y los procesos cortos la matan.
—¿Qué proyectás para tu futuro inmediato? ¿Ya estás dispuesto a tomar otro desafío?
—Nos tomamos unos días de vacaciones pero ya estamos listos. Hay chances de dirigir en el país y en el exterior porque ya recibimos la Licencia Pro. Nos seduce Argentina, porque nos encanta y conocemos el fútbol, pero estamos abiertos al exterior. Miramos clubes de acá y de afuera. En breve terminaremos de organizar el equipo de trabajo y saldremos a las entrevistas de trabajo. Los siete meses que estuvimos parados trabajamos más que cuando teníamos equipo. Está en nuestro ADN ver fútbol, tuvimos dos experiencias como cuerpo técnico y habrá que meterle mucho ritmo hasta que esa experiencia pase de esa necesidad de conocer el medio, los jugadores y vincularse desde ese lado. Cuando la experiencia pase de eso, podremos relajar esa parte y enfocarnos más en otras.
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