Messi y el detrás de cámaras del perdón al poderoso despechado
Messi tragó veneno en silencio. Cada partido que terminó con silbidos de los hinchas del PSG para él, respiró profundo y aceleró el paso hacia el vestuario. Nunca un gesto desafiante. Jamás un desplante de los que podíamos imaginar en Diego si lo llegaban a silbar. Sumó argumentos para tomar su decisión. Y mientras tanto, aprovechó las vías de escape que le dio el calendario. Disfrutó cada minuto de la gira de homenajes en la Argentina a fines de marzo. Cuando vio el hueco, tomó un avión y se fue a su casa en España para salir a cenar en pareja con ex compañeros. O para andar en bicicleta por su barrio.
El jamás se fue de Barcelona. Vive ahí y trabaja en París. En todas esas idas y vueltas, entre abrazos y agresiones según el país donde saliera a la cancha, pensó y sintió. Hace un tiempo, entonces, se empezó a inclinar por no renovar con el club francés el contrato que vence el 30 de junio. A punto de cumplir 36 años, el mejor futbolista del mundo puede elegir dónde jugar. Y el PSG lo sabe. Después de toda esa secuencia, casualmente, lo empujaron a una “inconducta” para enrostrarle quién manda y que por unos días sea el punching ball de los hinchas y diarios locales. En otro momento, se resolvía con una charla cara a cara y cero ruido al mundo exterior. Sin polémicas ni un video de Messi pidiéndoles perdón en público a los compañeros y al club, justamente con quienes se puede comunicar en privado. Una típica actitud de un poderoso despechado.
Se dio un conflicto puntual estos días. Messi tenía previsto un viaje a Arabia Saudita por motivos comerciales. Ya lo había notificado en el club. Alguien con 458 millones de seguidores en Instagram no puede poner una excusa mentirosa para faltar a un entrenamiento. Y Leo no es de los rebeldes que se toman un avión porque no acepta un no. En todo caso, parecen los jeques del PSG los que reaccionan porque no les dice que sí… Como el equipo perdió el fin de semana, se cambió el día de la práctica cuando Leo ya no podía suspender de nuevo el evento. Es evidente que se buscó pelea para que todos lo vieran. O para sacarse las ganas de pelear, otra reacción habitual de un divorcio por las malas. Hoy es una jugada populista en un contexto con hinchas que insultan en la cancha y donde los enfoque una cámara. Mientras que la mayoría de los equipos del mundo quieren que su 10 sea Leo, ellos lo expulsan. Y son tan “organizados” para mostrar “su descontento genuino” que el mismo día que explota todo van a cantar en contra de Neymar en su casa y no sorprendería que vayan a la puerta de Messi. En fin, podrán cuestionar que con Leo no ganaron su primera Champions y las dos veces quedaron eliminados violentamente. Podrán sufrir porque les sacó la última Copa del Mundo de la mano y no festejaron con su mimado Mbappé, lógico por ser el ídolo local. Hasta podrán decir, como ocurrió en otros tiempos entre club y Selección, que allá después de Qatar no rindió al nivel supremo que jugó acá. Como expuso Marcelo Gallardo alguna vez, no nos hagamos los patriotas en la Argentina. Ahora, de ahí a cuestionarlo por su profesionalismo no se lo cree ni el más contra de los lectores de L’Equipe.
Hoy quedaron lejos las fotos de la primera presentación de Messi como refuerzo de un equipo, su aparición en el aeropuerto con la remera que decía Ici C’est Paris, la sonrisa de felicidad que secó las lágrimas de la conferencia que dio al irse del Barsa. Messi perdió la alegría allá y su foto con la Torre Eiffel será con cierta nostalgia. Su objetivo ahora es darles otra vez el torneo local, ser campeón de la Ligue 1 como en 2022, y partir sin peleas. En ese modo y tono Messi, publicó en una story en su red social en la que pide perdón dos veces. Allí, no hubo ni una ironía en contra de los dirigentes ni rebelión contra la posible sanción. No hubo, tampoco, un guiño demagógico a la gente que lo resiste. Nada pareció casual. “Antes que nada, pedir perdón obviamente a mis compañeros, al club. Sinceramente pensé que íbamos a tener libre, como venía pasando en las semanas anteriores. Pedir perdón por lo que hice y acá estoy, a la espera de lo que el club decida. Nada más. Un abrazo”, dijo Messi, después de tomar aire un segundo y vestido de traje oscuro, más como si fuera un chico que se disculpa en el colegio que la gran figura del fútbol mundial en conflicto. Leo prefiere tener paz antes que razón. Intimamente, no le cae bien que le quieran dibujar bigotes a su póster, pero no tiene problema en alimentar el ego de millonarios caprichosos con un perdón en un video de poco más de 30 segundos. Parece estar más allá. Eso, tan difícil de aceptar para tipos poco terrenales, es mirar desde arriba sin ser soberbio.
La pelea no es un combustible para Messi. No inventa enemigos ni escanea a su alrededor para ver si los encuentra. De hecho, después del Mundial, ya más sereno, reconoció que no le gustó verse en la discusión con Weghorst. El histórico “andá pallá, bobo” contra el delantero holandés le salió natural, con el cuerpo aún vibrando, fue tan rosarino como maradoniano, pero después Leo no se mostró orgulloso. Mientras la frase se hacía remera, él mismo cuestionaba el momento sin exagerar.
Y el otro contrapunto recordado es cuando pataleó contra la Conmebol, en la Copa América Brasil 2019, después de un arbitraje súper localista. Le pusieron tres meses de sanción y 50 mil dólares de multa por sus declaraciones rupturistas. Tanto se recompuso esa relación Messi-Conmebol, que hace poquito fue con toda la Selección a Paraguay a disfrutar del homenaje que les hicieron y se destapó una estatua tamaño real del 10 que llevó a Argentina a su tercera estrella en la camiseta. Otra posibilidad es que la disculpa de ahora haya sido parte de una idea consensuada con el club para quitarle tensión a la situación y que así haya una coartada para dejar sólo en una amenaza las dos semanas de suspensión. Sin camiseteo, así Messi mostró más sentido común que el PSG y más humildad que cualquiera. Obliga al PSG a mostrar también flexibilidad. Si fue parte de una negociación, a lo que suena, la contrapartida sería poner reversa con el fuego artificial de la sanción.
El paso siguiente, una vez que este episodio quede en anécdota, es dónde jugará Messi la próxima temporada. En su teléfono, que pocas veces se despega de su mano, tiene noticias de Barcelona y no son las mejores. Volver al club que lo vio crecer literalmente, y con Xavi como entrenador, sería el final del guionista más obvio de su película. No es tan simple. O en realidad se puso otra vez difícil. Leo podría superar la convivencia, o cruzarse en realidad, con Laporta. El tema es el Fair Play financiero de un club que está flojo de papeles. Todo puede cambiar, pero hoy está más cerca de ponerse esa camiseta para un partido homenaje al mejor jugador de su historia que uno por los puntos. Ese es el momento en el que el 10 debe abrir su mapa y definir con su familia, porque no será sólo un nuevo proyecto futbolístico sino de vida. Ahí se tacha la idea de aceptar una oferta multimillonaria de Arabia, aun cuando en estos días sean virales las fotos allá con Antonela y sus dos hijos menores. A Messi no lo saca de eje ningún número. Y también pierde fuerza la ilusión de tenerlo seis meses en la Argentina para que tenga un tributo itinerante en todas las canchas. Sería ese tiempo para después arrancar la temporada en Estados Unidos, donde se jugará en parte el próximo Mundial y siempre se lo supo cerca del Inter de Miami y de Beckham. En ese club no debería ser sólo jugador sino que podría comprar parte de la franquicia y vivir en un lugar donde ha ido de vacaciones. Habría que ver, entonces, cuál es la próxima camiseta de Messi. Lo único concreto en ese punto es que le gustaría competir una vez más para ganar algo grande en Europa. En un lugar sin silbidos ni conflictos. Un club donde sólo pida perdón por dejar en ridículo a los marcadores rivales…
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