Del arco al marco: fue campeón con Ferro, se radicó en España y hoy se dedica a pintar
“Me considero un afortunado y un privilegiado, porque las dos cosas que más me gustaron hacer desde que tengo uso de memoria, fueron jugar a la pelota y pintar. Y son las que mantuve a lo largo de toda la vida”, dice Eduardo Basigalup, recordado arquero campeón en los dos títulos que ganó Ferro Carril Oeste en Primera División, bajo la conducción de Carlos Timoteo Griguol. Sólido y seguro bajo los tres palos, fue una garantía para aquel equipo que quedó en el recuerdo. Primero Mar del Plata, luego Buenos Aires y ahora Palma de Mallorca, han sido sus lugares en el mundo: “Lo de la pintura siempre fue un hobby, que estuvo estacionado mientras era futbolista profesional. En ese tiempo, hacía algo más bien chico, como dibujar con tinta, pero eran pocos los que conocían esta faceta, porque era una pasión más bien íntima. La mayoría de mis compañeros no tenían idea de esto, aunque en las concentraciones hacía caricaturas, más que nada como algo divertido y pasar el rato. Con el paso de los años y la participación en diversas exposiciones, tuvo un poco de trascendencia, sobre todo desde que me radiqué en España, que coincidió con el momento en el quedecidí empezar a tratar de mejorar, sin mayores expectativas, solo con el afán de conocer nuevas técnicas, porque siempre estuve pendiente de crecer en esto. Cuando terminé el secundario, mis padres me ofrecieron estudiar Bellas Artes, pero como ya estaba en las Inferiores de Kimberley de Mar del Plata, deseché esa posibilidad. A la hora de pintar, soy ecléctico, salto de tema en tema y voy volcando las emociones”.
“La decisión de quedarme a vivir en España fue fácil, porque ya a mediados de la década del ‘90 sentía un poco de agobio en Buenos Aires: Era una ciudad que estaba cambiando para un lado que no me gustaba, poniendo rejas por todos lados. También estaba relacionado con que mi mujer necesitaba un trasplante renal, porque el que le habían realizado en Argentina no había sido bueno y la atención del sindicato, para una paciente con diálisis y su alto costo, no era la mejor. Me hacían una auditoría mensual, como buscando, según mi percepción, la mínima cosa para no aceptarla. Eran cosas que se sumaban y me molestaban cada vez más. Trabajábamos junto a Héctor Cúper en un club extraordinario como Lanús, donde estuvimos a la altura, ganando la Copa Conmebol y siendo protagonistas del torneo local, cuando nos llegó la posibilidad de ir a Mallorca. Allí los dirigentes de Lanús me ofrecieron quedarme a cargo del primer equipo, pero decidí acompañar a Héctor y hacer la experiencia en Europa, que la estaba necesitando. Llegamos a una ciudad estupenda y tuvimos la suerte de que nos fue muy bien en plano deportivo y la adaptación fue más sencilla. Fui a distintos lugares por trabajo, como Valencia, Zaragoza o Suiza, pero mi casa está acá. Con mi esposa, cada vez que regresamos a Palma de Mallorca, siento que es mi lugar”.
Pisar suelo español, hace ya más de 25 años, fue un impacto positivo que lo hizo profundizar más sobre esa veta artística que siempre había latido en su interior: “Cuando dejé de jugar y ya era el segundo entrenador en el cuerpo técnico de Héctor Cúper, allá por 1996, un año antes de venirnos para Europa, me decidí a intentar mejorar y explorar nuevas técnicas, ya que, por ejemplo, nunca había trabajado con óleo o con acrílico. Me preocupé por conseguir clases en un taller, para que me enseñaran la técnica, porque hasta ahí solo era lápiz y tinta. A partir de la posibilidad de disponer más tiempo, porque como entrenador tenés algunos baches entre contrato y contrato (risas), me aboqué un poco más. Siempre digo que lo que me salvaba de la locura de estar sin trabajar era esto. De a poco tuvo una mayor trascendencia, con la posibilidad de exponer, tanto en Mallorca como en Buenos Aires, pero de modo muy modesto, a tal punto que cuando lo hice en nuestro país, no participé a mucha gente, porque no lo pretendo ni me considero artista. Solo expreso algo que me gusta hacer y punto. Mi estilo es figurativo desde siempre. Reconozco que el arte abstracto no me gustaba, pero luego de ver mucho y de conectarme con gente que sabe del tema, me lo hizo comprender y le encuentro un poco más de sentido. A mí me ha marcado y servido como referente el uruguayo Joaquín Torres García, que difundió su pensamiento de la pintura constructivista y uno de sus discípulos, Alceu Ribeiro, fallecido hace pocos años, tenía un taller aquí en Mallorca, a donde tuve la fortuna de concurrir durante casi 10 años”.
Un momento clave de su vida deportiva se dio en 1979, cuando Carlos Griguol, luego de sus éxitos como entrenador en Rosario Central y un paso por México, recaló en Kimberley de Mar del Plata, donde Basigalup era el arquero. Disputaron el Nacional de ese año y de allí, Timoteo fue a Ferro, donde comenzó su obra. Nunca olvidó a ese aquero prometedor y en 1981 lo incorporó: “El Ferro de la década del ‘80 era Disney, una cosa fantástica, con inmensa actividad, más de 40.000 socios y destacado en casi todos los deportes. Tuve mucha suerte de llegar a Buenos Aires en 1981 y caer en un equipo así, que te ayudaba en varios aspectos. Aunque es justo mencionar que el destino me ayudó, porque un año antes, cuando Griguol asumió, la cosa no anduvo muy bien al principio y Mario Gómez, que había sido compañero en Kimberley, me comentó que había rumores de que, si perdían con Racing en Caballito, podrían rescindirle el contrato a Timoteo. El tema es que, al terminar el primer tiempo, Ferro estaba abajo 4-1 y terminó ganando de manera increíble 5-4, por esas cosas benditas del fútbol. Carlos estaba casi afuera y yo no hubiese existido para Ferro (risas). Hizo un trabajo paciente, del día a día, conociendo a los jugadores, porque a algunos que fueron puntales del ciclo, como Cúper y Garré, los dirigentes querían dejarlos libres y Timoteo se opuso. Al año siguiente llegué desde Mar del Plata, para las dos grandes campañas, donde fuimos subcampeones de Boca y River y en el ‘82 le dimos el primer título de la historia a la institución. La clave del éxito es que se aunaron una gran capacidad de trabajo, con un plantel responsable con muchas ganas de conseguir cosas importantes y un gran respaldo institucional. Todo eso le permitió a Ferro mantener un alto nivel durante cuatro años, donde fuimos protagonistas de casi todos los torneos, con líderes con gran predicamento, como el inolvidable Cacho Saccardi”.
Con paciencia, firmes convicciones y una actitud docente a cada paso, Griguol dejó la huella, no solo en el club, sino en ese grupo de jugadores que sabía que el conductor andaba por el camino correcto: “Tuve la suerte de tener grandes maestros en los distintos ámbitos de la vida. He tomado una frase que dice que uno enseña por lo que dice, también por lo que hace, pero fundamentalmente por lo que es. Y a Griguol lo pongo ahí, porque aprendí mucho a lo largo de los seis años que lo tuve: uno en Kimberley y cinco en Ferro. Es alguien que nos marcó a todos los que fuimos dirigidos por él y a aquellos que luego seguimos dedicados a esto, porque descubrimos que nos aportó infinidad de cosas. Fundamentalmente, un modo de concebir el fútbol con responsabilidad, cuidado y profesionalismo. Timoteo te mantenía en orden, porque a veces el jugador tiende a distraerse fácilmente. Logró trabajos a largo plazo en distintos clubes, porque era sencillo confiar en alguien así. También debo decir que había varias cosas de él que no compartía, al punto que debo ser el jugador que más veces echó de un entrenamiento”.
A fines del ‘85, Eduardo concluyó su vínculo con Ferro, coincidiendo con el principio del fin de la era dorada de la institución en el fútbol. Estuvo varios años en Colombia y regresó al país a mediados del ‘90 para sumarse a Huracán, donde tuvo una escasa participación. Comenzaba a pensar en el retiro, que no sería nada fácil: “Me costó mucho el día después. Mi último equipo fue el queridísimo Atlético Macachín de La Pampa. Me llamaron cuando ya había decidido no jugar más. Estaban disputando el torneo Regional y allí conocí una gente fantástica. Tenían muchachos jóvenes y me llevaron para compensar el promedio de edad (risas). Fueron un puñado de meses y luego empecé a trabajar en una inmobiliaria y en una compañía de seguros extranjera. Me metí en eso tratando de reorientar mi vida, pero realmente andaba desencajado. En ese tiempo decidimos con Héctor Cúper hacer juntos el curso de entrenador y antes de lo que finalizáramos, salió la posibilidad de asumir en Huracán, a fines de 1993. Comenzamos con el pie derecho, porque ya al año siguiente estuvimos a las puertas del título, que se nos escapó en la última fecha contra Independiente. Con nuestra impronta, pero aplicando los conceptos adquiridos de un maestro como Griguol y su cuerpo técnico, hicimos una gran campaña. Fue una hazaña, porque el club tenía conflictos en forma permanente, por falta de pago. El presidente era Peña, un buen dirigente, que trataba de tapar agujeros en forma permanente. A veces íbamos a entrenar a un predio y cuando llegábamos con el micro, nos encontrábamos con el hombre de la puerta que nos decía que tenía orden de no dejarnos pasar por deudas acumuladas. Terminábamos entrenando en una plaza, aunque parezca mentira”.
La cara opuesta de la moneda, en el plano institucional, fue lo que se iba a encontrar en el paso siguiente de su carrera: “A mediados de 1995 llegamos a Lanús, que era y sigue siendo un club modelo. Tuvimos la suerte de hacer dos muy buenos años, con un plantel excelente, en el que estaban mechados futbolistas de experiencia con los jóvenes, un punto en el que la institución ya venía trabajando muy bien desde hacía tiempo. Logramos el primer título internacional de Lanús, que fue la Copa Conmebol 1996 y a varios de esos muchachos luego nos los llevamos a Europa, que nos iban a ayudar con la adaptación en Mallorca, no como alcahuetes, sino para profundizar nuestras ideas y conceptos. La primera temporada fueron Carlos Roa y Oscar Mena y para la siguiente sumamos a Ariel Ibagaza y Gustavo Siviero. Esa primera Liga de España, la 1998/99 fue espectacular, porque finalizamos terceros, a dos puntos de Barcelona que fue el subcampeón”.
La carrera de Héctor Cúper como entrenador, y de Basigalup como ayudante iba en permanente crecimiento, cimentada en una fecunda amistad. Sin embargo, para sorpresa del mundo del fútbol, la dupla concluyó en forma repentina: “Trabajamos juntos hasta la temporada 2000, que fue la primera de él en Valencia, porque después se quedó una más. Estaba muy conforme con la tarea que realizábamos, porque yo no quería ser técnico, mi aspiración era ser un muy buen segundo entrenador. Teníamos una amistad muy fuerte, que se fue deteriorando desde que llegamos a Europa, donde comenzamos a tener varios malos entendidos, fundamentalmente porque varió el trato entre nosotros y no me sentía cómodo. No hubo nada raro, la cosa fue así de clara. Lo que pienso es que él cambió, quizá necesariamente, porque estaba como en otro nivel. El final de la relación fue cuando, infelizmente, perdimos la final de la Champions ante el Real Madrid, cuando ya teníamos un escaso trato a modo personal. A partir de allí quedé más de un año inactivo en el mundo de fútbol y aproveché para darle un buen impulso al tema de la pintura y después, nuevamente, fueron apareciendo trabajos deportivos, el más extenso en Zaragoza”.
Se lo escucha feliz a Eduardo, transitando a pleno en esta etapa de la vida. Conectado con todo lo que ocurre, pero lejos de la modernidad de las redes sociales: “Bastante problema tuve en mi carrera con las redes de los arcos, como para vincularme ahora con ellas (risas). Igualmente, mis amigos me insisten y por ello no lo descarto. En la actualidad estoy bastante ocupado, al igual que mi mujer, con quien comparto mi vida desde hace 34 años. A lo largo de la carrera he tenido la suerte de ahorrar e invertir bien, por eso podemos vivir del alquiler de un par de departamentos, cosa que me mantiene activo y, por supuesto, la pintura, algo que sigo haciendo todas las tardes. Por suerte me estoy montando mi propio taller, en un pequeño local, fundamentalmente para no estar ensuciando en mi casa. El fútbol me sigue gustando y estoy interesado, mirando todo lo que puedo por televisión y participando los lunes por la noche en un programa de radio donde analizamos los partidos del Mallorca por Cadena Cope”.
Los proyectos suelen ser un motor importante en la vida de las personas. Y allí están los de Eduardo Basigalup, mezclando sus dos grandes pasiones. Anhela poder estar en Argentina en 2024, cuando Ferro festeje los 40 años de su segundo título, de la formación de un equipo que salía de memoria y que comenzaba con su apellido, cuidando el marco de un cuadro inolvidable para el fútbol argentino.