Sebastián Domínguez se lanza como DT y rompe el silencio: “Aprendí mucho en los medios, pero me gusta el fútbol desde las entrañas”
-¿Dónde estás, Seba? Se te perdió un poco el rastro.
-En México. Hace unos seis meses estoy viviendo con mi novia en Puebla. Desde acá me muevo para ver fútbol y conectar con un mercado que había perdido desde que me fui como jugador del América. En los últimos tiempos, además, como me aparecieron ofertas de Colombia y Estados Unidos, me sirvió estar cerca. Porque empecé a pensarme como entrenador principal. Hasta mayo de 2023 había formado parte del cuerpo técnico de Hernán Crespo en el Al Duhail de Qatar. Después de un muy buen año juntos tomamos la decisión de seguir cada uno por su camino. Consensuado, porque tenemos una relación de afecto. Me di cuenta que me gusta más el campo que el trabajo de oficina. Necesito tener ese roce con el jugador y con el juego. A partir de ahí , entonces, armé mi cuerpo técnico con Emiliano Papa, con quien compartí gran parte de mi carrera; Ernesto Colman, que era profe también en Vélez, un tipo que tiene mucho fútbol encima y me gusta el perfil físico que le da a los equipos, uno muy agresivo; y para acomodar las ideas y las ganas, llamé a un metodólogo como Matías Bassi. Cuando estoy un poco embarullado, él en 24 horas me acomoda los conceptos.
Seba Domínguez rompe el silencio después de irse lejos de todo y de todos. Se aisló un tiempo largo, aun cuando ese modo off pudiera atentar contra su anhelo de ser entrenador. En realidad, siente y dice ahora, era lo que su cabeza le pedía. “Necesité apartarme durante estos seis meses. Me hacía falta correrme un poco del ruido y decir ‘cómo me pienso a futuro y cómo voy a llegar hasta ahí'”, confiesa. Hasta que decidió hablar, porque “nadie sabía si estoy en La Quiaca subiendo a una montaña, si me vine a México a mirar entrenamientos, o si estoy en Rosario yendo a jugar al fútbol 5 con mis amigos”. El ex defensor de Newell’s y Vélez quiere volver al radar del mundo del fútbol, un circuito que se demoró dos meses. “Me llamaron de un equipo importante de Colombia. Me dijeron que el 2 de diciembre me querían ahí, puse toda la energía en ese proyecto y después no me atendieron más el teléfono”, cuenta. Ahora, ya oxigenado, a los 43 años se quiere lanzar directo como entrenador. Tan entusiasmado está que sus palabras salen con más verborragia que en sus tiempos en la televisión. Ya sin traje, está obsesionado otra vez por el olor a pasto.
-A veces se habla de salir de la zona de confort más como slogan que realidad. ¿Vos por qué lo hacés? Primero dejaste ESPN para irte al fútbol de Qatar. Ahora dejás el cuerpo técnico de Crespo para tirarte solo.
-Yo no puedo estar quieto. Desde chiquito estuve en una búsqueda constante. No sé si en esa época era inmadurez, o si hoy lo es también. A los 16 años yo estaba en Newell’s, y si me preguntabas si iba a ser futbolista, no lo sabía. Pensaba en la música, en escribir… Todavía no llegué al fondo de por qué soy así. Me cuesta estar en un lugar y decir “me quedo acá para siempre”. Por otro lado, aunque pueda resultar contradictorio, fui jugador durante 20 años. El fútbol es un espacio estable en mi vida. Y cuando volví a sentir el olor a pasto en Qatar comprobé esa sensación de satisfacción. Ahí dije “es lo que quiero”. Antes me había pasado algo similar también con Crespo, cuando le hice una entrevista para ESPN. Estábamos hablando y, de repente, Hernán me frena. “Pará, cortá”. Yo pensé que le había hecho una pregunta incómoda. Entonces me tranquiliza. “No, no. Te paré porque ya vi que vos y yo somos muy parecidos. El día que te des cuenta que desde la tele contás la historia de otra persona, que no vas a poder interferir en lo que pasa, vas a sentir que te falta algo”. Me quedó en la cabeza. Y desde ahí empecé a sentir que no estaba completo. Por lo menos en ese momento de mi vida, porque quizá el día de mañana volvería a los medios. Hoy me gusta el fútbol desde las entrañas.
-¿Qué te enseñó el fútbol de Qatar?
-Nosotros no llegamos a un equipo en el que tirabas 11 jugadores a la cancha y ganabas caminando. El de Lillo, el reconocido ayudante de Guardiola, tenía jugadores de la selección, los mejores extranjeros según se decía allá… Arrancamos con un equipo que sabíamos que iba a pelear entre los cuatro. Pero cuando salís campeón, te decís “es por acá”. También fuimos a Europa y competimos. Me acuerdo que viajamos para enfrentar al Panathinaikos, salimos y estaba el Tucu Palacios, que juega allá. Nos contó que se sorprendió con nuestro equipo. Ahí le dijimos “claro, ustedes piensan que porque es un equipo de Qatar le van a ganar fácil”. Hay algo que el qatarí tiene distinto al futbolista sudamericano: el permiso al error. El europeo también lo tiene más que el sudamericano. Eso es espectacular. Ellos se equivocan y siguen. No es cada pelota vida o muerte. Juegan. Nosotros tuvimos que incorporar la agresividad del deseo de competir. Ellos están en una zona de confort, pero preguntaban todo el tiempo cómo es acá. Ahí yo les decía: “En Sudamérica si no corrés, no comés. Viene otro”. En Qatar sabés que si llegás a Primera tenés 10/12 años de carrera en un lugar que te permite vivir excelente. Igual vimos que el futbolista, más allá de si anda en un Lamborghini o en colectivo, se enloquece cuando en el partido pasa lo mismo que en la práctica. Es como una droga para el jugador. Se genera un vínculo de admiración del cuerpo técnico al futbolista y viceversa, que se da una comunión que no importa si es Qatar, Turquía, Estados Unidos o Buenos Aires. El lenguaje es el mismo. La gran diferencia es la carga emocional, la urgencia. En la Argentina llega un juvenil a debutar en Primera y en la tribuna hay 20 personas que saben que el futuro de la familia depende de ese chico.
-¿En Argentina no existe ese permiso al error?
-Hay muchos entrenadores que lo permiten, que lo buscan. Estoy convencido que el primer discurso es “vamos a equivocarnos pero a seguir intentando”. Hay otros, en cambio, que piensan “ese error me deja fuera de mi cargo y en el banco hay que durar, hay que permanecer”. Entonces termina siendo difícil crecer a largo plazo. Porque si no hay error, no hay siguiente intento. Si te detenés ante ese error, vienen otras oportunidades que no encarás porque estás paralizado. Por eso creo que es un fútbol urgente el argentino. Vive al ritmo del país. Y en esa vorágine entramos todos: entrenadores, futbolistas, familiares, periodistas… Es difícil. Por otro lado, también eso hace que el jugador sea como una cebolla: se va sacando las capas, se va endureciendo y arma una coraza para cuando sale al exterior. Entonces va Julián Alvarez al Manchester City y está preparado emocionalmente. Su estructura es sólida, más cuando le tocó un River que lo pudo ir llevando. Lo nombro a él, como un ejemplo, porque además compartí algunos partidos del Mundial con su familia. Ahí ves de dónde viene, cómo lo acompañan, su equilibrio. Sumale la experiencia en la Selección, que lo debe haber hecho madurar a una velocidad irreconocible para nosotros… Es el mejor ejemplo del jugador que todo entrenador quiere tener: trabajador, humilde, con proyección pero los pies sobre la Tierra. Igual que Lisandro Martínez, Enzo Fernández… Cuando te toca una joyita así, que viene del contexto agresivo del día a día del fútbol argentino, baja del avión un jugador armado.
-En la línea de que no hay permiso para equivocarse, el otro día me impactó que Gaby Milito dijera que “en la Argentina hay vergüenza por perder”.
-Yo tuve siempre ese sentimiento. Perder y tener un error que te deje emparentado con la derrota es no salir a la calle, que en la mesa no se hable de fútbol. Una forma de vivir que no tiene lógica. Pienso que si alguien lo ve desde afuera, en otra sociedad, hasta pensaría que es algo inmaduro. No hay permiso al error, como decía. Y ahí entramos todos. Es difícil correrse de ahí y verlo distinto. Es importante combatir ese sentimiento, esa vergüenza. Y es para escuchar si lo dice Gaby. Él fue mi entrenador en Estudiantes. Hacé de cuenta que él me abrió la cabeza, me acomodó todo el cerebro y me cerró la tapita de nuevo. Ve el fútbol de una manera increíble. Tiene todo: la posesión, dinámica del juego y el gen competitivo que lució como futbolista. Somos los dos 80, lo conozco muchísimo. Muchas veces la gente emparenta la posesión con algo cansino, con dormir el juego. Nooo. Cada vez más los entrenadores que les gusta tener la pelota para decidir, te dicen “si yo pudiera hacer tres toques para meter un gol, lo firmaría ahora, sería menos desgaste para todos”. Pero no funciona así el fútbol. Después, hay una frase, no recuerdo de quién, sobre cómo sería el gol ideal según la idiosincrasia del jugador. Dice que para el futbolista sudamericano el gol ideal es gambetear a los 11 rivales y entrar al arco con la pelota dominada. Y que el jugador europeo quiere que la toque todo el equipo y el último pase sea el gol. Tal vez haya una conciencia más colectiva allá y más individualista acá. Como decía antes, puede ser por la urgencia del fútbol, por la mochila de la familia. El pibe dice “me tengo que salvar y salvar a un montón de gente”.
-¿Es más fácil o más difícil ser ese futbolista juvenil en tiempos de redes sociales?
-Ahora un chico hace un caño en Reserva y lo ve todo el mundo. Antes llegabas a Primera y te había visto el entrenador, el hincha que iba un rato antes a ver el partido de Primera y, con mucha suerte, te habían hecho una notita en el diario. Vos como jugador sabías que lo importante en la Reserva eran los últimos 20 minutos, cuando llegaba la gente a la cancha. Los primeros 70 no se enteraba nadie… Era más artesanal todo. Hoy tenés la ventaja de la exposición, la globalización, y la desventaja de que tenés mucha gente mirándote. Los pibes crecen con una información tremenda. Están mucho más estimulados que nosotros. Si yo fuera hoy un chico de 18 años que quiere jugar en Primera, estoy a un botón de ver cómo se mueven los mejores centrales del mundo. Antes, mi papá me tenía que contar cómo jugaban Passarella, Juan Simón. Yo había visto al Negro Gamboa, a Pochettino… Hoy estás en un pueblito, conseguís una computadora y te bajás las 27 mejores intervenciones del Cuti Romero en el último mes. Los chicos tienen una plataforma de muchísimas opciones. Aunque mal manejada te genera confusión, ansiedad, un montón de cosas con las que viven los chicos. Hoy, si con 12 años no firmaste con un representante y una marca de ropa, pensás que no llegás. Nosotros, a los 18 nos comprábamos los botines para jugar en Primera. No sé qué es más fácil. Ahora en 30 segundos podés quedar afuera del mercado.
-La buena es la información bien incorporada. La mala es que te puede destruir.
-Ahí volvemos a lo de Gaby Milito. Antes vos te equivocabas, o acertabas, y la caja de resonancia era diferente. Hoy genera hasta diversión. El error te hace meme. Hay miedo a quedar en ese lugar. Cuando vos proyectás jugar en Primera pensás todo lo bueno. Cuando empezás a ver el lado B, decís “ah, en el paquete viene todo esto también”. Ahí se carga el jugador. Por eso pienso que el permiso al error es un tema no resuelto en Sudamérica. En los lugares de desigualdad social no se permite. Es muy violento. Los pibes maduran a las trompadas, en un ambiente muy salvaje. Y ya viene desde la casa. Es desde que el pibe se vuelve de la práctica sentado en el caño de la bicicleta y el padre le dice “te equivocaste acá, deberías hacerlo así”. El fútbol es una construcción de aciertos y errores. De muchos más errores que aciertos. ¿Cómo termina el partido entre una delantera que acierta siempre y una defensa que acierta siempre? Es difícil convencer al que está afuera del plantel, pero el primer eslabón de esa cadena es el futbolista. Aunque seas el mejor entrenador del mundo, el fútbol es de los futbolistas. No hay nada como jugar, por eso lo extraño tanto. Es imposible matar al futbolista. En algún lugar tenés esa llama. Y hay que usarla bien. No desde el lado de contar anécdotas de tu época porque eso al jugador de hoy lo embola. Lo mejor es llevarlo como aliado porque te mantiene vivo.
-Es grande el desafío. ¿Por eso querés ser entrenador?
-Es grande, pero me motiva mi experiencia en Qatar. Nos fuimos a jugar a Europa con una mano atrás y otra adelante, y competimos de igual a igual. Pasaban cosas muy parecidas a las nuestras, donde si el árbitro lo ponía el europeo el offside no era offside o el único foul que se veía era el tuyo… Cambiamos de escenario, pero algunas cosas son iguales. Sólo que antes la vivíamos en Mar del Plata y ahora en Austria. Mi combustible es ver que cuando los jugadores se convencen, no importa en qué liga estás. El futbolista toma decisiones en milésimas de segundos. Todo lo que sea duda, chiquita o grande, dentro del campo de juego hace funcionar al equipo de un modo más espeso. Cuando el futbolista está casado con la idea, todo el equipo sabe qué va a pasar, cómo va venir la presión, que va a suceder después del quite. Cuando generás eso, desde afuera mirás el partido satisfecho. Ahí hay algo que me dijo mi viejo alguna vez: “Fijate que hay pasajes del juego en que el entrenador siente que el equipo está tan bien, que no tiene ni que hablar”. Es imposible andar con un joystick durante 90 minutos manejando a 11 futbolistas. Y además saber qué van a pensar los 11 rivales…
-Ahí aparecen distintos estilos, a veces hasta por personalidad. Uno lo tuviste vos en Estudiantes.
-Claro. El Cholo, por su personalidad ya como jugador, está enamorado locamente del fútbol. Es loco y cuerdo, porque durante la semana está en todo. Llegabas al domingo y el compromiso con él era inmenso. Te decías “si la cago, no le puedo decir nada a este tipo porque durante siete días me dijo todo lo que iba a pasar”. Te contaba el partido antes de que se jugara. Me acuerdo de mil cosas de él. Una vez enfrentamos a Colón, yo tenía que marcar a Sand. Me dijo cada detalle. Entonces llegabas a la conclusión de que si Sand hacía un gol era culpa tuya, porque el Cholo me había dicho todo. Yo, en cuanto al perfil que pretendo, me visualizo que cuando más o menos lo acomodé al equipo, debo estar parado en el lugar de corregir sólo ciertas cosas. Pero el equipo debe decidir y el partido es de los futbolistas.
-Vos te preparás, tenés tus ideas. ¿Pero cómo se seduce a un dirigente del fútbol argentino para que te llame?
-A un dirigente del fútbol argentino o de cualquier parte del mundo. Hay estructuras que buscan una planificación, un trabajo a largo plazo. Después, hay clubes que tienen otras urgencias. Están peleando por el descenso y la manera de enfrentarlo es minimizar ciertas situaciones, por ejemplo. Yo estoy criado en un ambiente en donde el fútbol es dinámica y tratar de imponerse todo el tiempo. Por suerte en 20 años de carrera no me tocó estar en equipos que salen a ver qué pasa. Eso es tratar de mandar en el juego. Porque a veces hay equipos que tienen la posesión porque la recuperan rápido. Ves Liverpool y el City. Los dos terminan teniendo más posesión que el rival. Klopp lo hace por la dinámica del juego; Guardiola, por la conciencia de la posesión y posición que busca. Cuando la tiene disfruta y la hace efectiva. Volviendo a la pregunta, convencer hoy en el fútbol argentino es difícil. Algunos buscan el nombre, porque así se cubre el que eligió. Dice “yo fui por este apellido que está probado”. Pero hay dando vueltas muchos chicos que están preparados, que ya han estado en el fútbol. Yo ya tomé decisiones aunque no fui el DT principal. Con Crespo estaba a cargo 100% de la pelota parada. Ya vengo con el roce. Y soy de los que piensan que se necesita una idea más integral. El acompañamiento al futbolista, ayudarlo desde cómo declarar en un medio hasta dar el primer pase en construcción en salida. Aconsejar cómo vivir las 24 horas para ser futbolista. Al final de cuentas, hay que esperar un dirigente que apueste por un plan más allá del sistema táctico. Necesito alguien que tenga el coraje para afrontar ese principio.
-¿Representante con influencias mata proyecto? Camoranesi dijo alguna vez que para entrar el circuito, “es 70 por ciento de contactos y 30% de capacidad?
-Y… Hoy la dinámica del fútbol parece que muchas veces hay un padrino, que si no te acompaña no podés. Es como tu garantía. Y la realidad es que eso tampoco es tan así. En síntesis, en la entrada al fútbol pienso como Mauro: es mucho más contacto que capacidad. Porque la capacidad uno la tiene que demostrar. Y para demostrarla necesita la oportunidad. ¿Quién te da la chance? Termina siendo un embudo que deja a mucha gente capaz en el camino. Después, es como el futbolista. “Ahora tenés 90 minutos, maestro. Y acá te vamos a juzgar por lo que pasa ahí adentro”. No es para hacer un mundo ni un circo de los representantes, o de lo que rodea al fútbol, pero hay tantos para la misma posición, que a veces definen cosas que no son futbolísticas. Algunas tienen que ver con el negocio del fútbol. Ahí uno tiene que saber dónde se mete. Todo termina siendo un mercado. Compra, oferta, demanda. Sigue habiendo proyectos que se la juegan por lo futbolístico. Algunos buscan una cierta imagen. Y otros tienen el paquete completo, que es ideal. Pero hay que tener que tener ciertas puertas entreabiertas para poder entrar. Y avisar que estás…
-¿Ya te sentís preparado entonces?
-A ver… Vos podés estar súper preparado, poco preparado, pero la forma de comunicar, de cómo llegar al futbolista, es el 99 por ciento de todo. Podés ser el más estudioso de la táctica, pero si no comunicás bien el jugador no va a entender. No le vas a entrar. No se va a enamorar de tu idea. En el fondo yo sigo respetando el cariño que hay por la figura del entrenador. Para eso tenés que ser justo pese a que te vas a equivocar. ¿Cómo hacés para dejar a 25 tipos contentos cuando juegan 11? Es muy difícil pero hay una especie de justicia. El jugador empieza a decir “este tipo es coherente, es solidario”. La empatía está por encima de la metodología. El futbolista es una persona, el entrenador es una persona, el hincha es una persona… Creo mucho en ese vínculo que hasta excede lo que uno pueda saber. Si vos tenés una preparación acorde, hay algo que tiene que ver más con la calidad humana que con la táctica.
-Cuando decís que tratás con personas más que con futbolistas es justo lo que piensa Ancelotti. Y la empatía, esa justicia, se proyecta a Sabella. ¿Es libre asociación o los tenés como referencia?
-Ellos tienen ese perfil. Hay algo que está por encima de cualquier sistema. Y lo perdemos de vista todo el tiempo. Ellos tienen una cadencia, un ritmo para comunicar, un perfil emparentado con el equilibrio emocional, que es muy difícil en el fútbol. ¿Son técnicos ultra complejos? No. ¿Son tipos que han revolucionado el fútbol tácticamente? No. Pero consiguieron un acercamiento con el jugador que genera un compromiso que está por encima de cualquier sistema táctico. ¿Esto es mejor que lo otro? No lo sé. Pero tienen ese estilo. Yo intento, porque me gusta lo analítico, tener un poco de las dos cosas. Un día te vas a levantar más pragmático, otro día más abierto. Justo son dos personas que son modelos dentro de la empatía en el fútbol para poder lidiar con distintas personalidades. A Alejandro, además, lo conocí en la Selección y es alguien que adoro. Sabella nos enseñó a no subestimar el cariño.
-¿Cuáles son tus modelos más allá de esos dos nombres propios?
-Yo me quedé con muchas cosas del manejo de grupo de Gareca. Durante 5 años, el Tigre manejó un plantel de Vélez que a nivel nacional tenía jugadores muy importantes, que les iba muy bien. La forma de conducir puertas adentro y afuera era increíble. Te encerraba en una habitación e individualmente te decía cosas. Pensabas “listo, no juego más”. Y el tipo, al abrir la puerta, te avisaba “pará, vas a jugar el domingo, pero ahora queda en vos que todo esto que te mostré no se repita”. Después, ibas al video grupal y no te mostraba ni un error tuyo. Entonces pensabas “este tipo me defiende de verdad”. Así se genera un compromiso inquebrantable, porque no te expone nunca. El Cholo también. Él era muy complejo en la semana. Eran 50 minutos, o una hora, que si no estabas concentrado no podías entrenar con él. Yo después de un año sentía que me explotaba la cabeza. Eran 24 horas para el fútbol. Simeone no puede dirigir a cualquier perfil de jugador. No es para cualquiera. Debe ser alguien comprometido con la contracción al trabajo. Y el Tolo Gallego para mí fue un loco hermoso. Te decía “vamos a la guerra con un tenedor”. Y vos decías: “Vamos, Tolo, pero éstos tienen drones y nosotros un tenedor”. Y al final te convencía de ir con el tenedor. A mí me salvó. Yo quedaba libre en Newell’s. Ahí vino el Tolo y me dijo “vas a ser titular, capitán y vamos a salir campeones”. Yo no entendía nada. Es lo que digo de ir a la guerra con un tenedor… De hecho, cuando vamos a arreglar los premios estaba Eduardo López de presidente, que era jodidísimo. Estaban los más grandes y yo porque había sido capitán. Entonces, de pronto interrumpe el Tolo. Se hace un silencio y se mete él: “No, viejo. Acá no hay premio por partido ganado, ni por posición en la tabla. Acá se va a arreglar un solo premio y es por ser campeón”. Nosotros lo miramos como diciendo “nos estás matando”. El 12 de diciembre de 2004 dimos la vuelta olímpica.
-¿Con Passarella cómo te fue en Brasil?
-Ahora hay cosas que se pueden contar. Me dejó una gran enseñanza. Cuando Passarella va a Corinthians, yo estaba muy bien en el equipo. Llega el lunes previo al clásico con Palmeiras y Daniel me saca. Arma como el equipo y yo, afuera. Pasa martes, miércoles, y yo seguía afuera. Mientras, venía Sabella, que era su ayudante, y me decía: “Vos tenés que entrenar siempre igual, haceme caso”. Hacía dos pasos, se daba vuelta, se reía de un modo cómplice y seguía caminando. Jueves, suplente. Viernes, suplente. Yo estaba enojado mal. No corría, puteaba a medio mundo. Me acuerdo que el sábado vamos al estadio del Parque San Jorge, entramos por el túnel y otra vez se me arrima Sabella. “No me hiciste caso nunca. Yo te traté de ayudar y nada. Te dije: siempre hay que ser igual. No importa si se juega o no se juega”, me repite. Y yo ahí pienso “qué rompe huevos, Alejandro, ya te escuché pero estoy re caliente”. En eso mira para atrás, como que se asusta y acelera el paso. Venía Daniel… Entonces, Passarella me abraza y me habla: “Vos ibas a ser el capitán de este equipo, Sebastián. ¿Sabés qué quise yo? Que durante seis días les demuestres a los demás cómo tenía que ser una persona estando adentro o afuera. Me demostraste que no estás para ser capitán de este equipo”. Me suelta, camina dos pasos, se para y me mira de nuevo: “Vas a ser titular, no te preocupes. Te estaba probando. Me demostraste que para jugar te da; para capitán no”. Me mató. Yo me dije “qué pelotudo, cómo no la vi”. En realidad no había que verla. Había que ser siempre igual.
-Hablando de enseñanzas, ¿qué te dejó el paso por F90 que incorpores para tu nuevo rol?
-A no ser tan impulsivo. En la tele, en la cancha, o donde sea. Hoy, ya más grande, siento que el dónde, el cómo y el cuándo es tan importante como lo que digo. Eso no significa no expresar lo que pienso. Pero sí tener el timming para no dejar nada sin explicar bien. O aclarar que hay cosas en las que opino como hincha. Yo me puse los botines, debuté en Primera, pasé a jugar en un equipo enorme como F90 y no había hecho Inferiores. Tal vez, si hubiese pasado por alguna escuela de periodismo, habría llegado más armado. Para estar en los medios hay que tener una preparación, estudio, un primer contacto desde otro lugar. Yo me metí por el nombre, me empezó a ir bien y me dieron lugar. Ahora extraño ese asado televisado, como dije alguna vez sobre el programa. Es un lugar donde la pasé muy bien y donde todos me ayudaron. El Pollo Vignolo como conductor, el resto de ese equipazo, los productores, todos siempre me guiaron. Desde adentro de la TV pude entender que también es un entretenimiento. Y me sirvió mucho para hablar de fútbol, para perder el miedo a decir. Ahora espero que pronto puedan debatir sobre Seba Domínguez DT. Hace tiempo que me vengo preparando para ser el entrenador que tengo en mi cabeza.