Fue campeón de América con River, jugó en España, se retiró a los 31 años y volvió a su pueblo: “Estoy en mi lugar en el mundo y vivo como quiero”
La historia de Juan Andrés Gómez se parece a la de muchos futbolistas nacidos en el Interior y en condiciones humildes. A los 15 años llegó a Buenos Aires desde de su Curuzú Cuatiá natal con una mano atrás y otra adelante. De entrada, su intención era ir a probarse al club Atlanta, pero llegó tarde porque su papá no contó con el dinero para viajar una semana antes y la fecha de prueba ya había pasado. Entonces, el destino hizo que teuviera su oportunidad en River, bajo la atenta mirada de los entrenadores Federico Vairo y Martin Pando.
“Me surgió una prueba en Atlanta por intermedio de un conocido. Tenía que presentarme un lunes y mi viejo no llegó con la guita. La juntó para el viernes. Cuando llegué a Villa Crespo, de Atlanta no me contestaron. Le dije a mi tío que me quería ir a probar a algún lado. ‘Vamos a River’, me dijo. Fuimos, pedí probarme y quedé”, cuenta el Negro Gómez desde su pueblo.
Al tiempo de quedar fichado en la Sexta División millonaria se puso a trabajar en una imprenta para ayudar económicamente a su familia. Esto hizo que no pudiera ir a entrenar con continuidad y quedó libre. Después de un tiempo, se probó en Ferro Carril Oeste y luego en Argentinos Juniors, club donde debutó en la máxima categoría de la mano de José Yudica en octubre de 1991.
Tras destacarse durante cuatro años en el Bicho, el ex zaguero fue vendido al conjunto de Núñez, donde marcó historia en 1996 convirtiéndose en el único futbolista que disputó los 14 partidos de la Copa Libertadores que terminó ganando el equipo comandado por Ramon Díaz.
“Previo a la final, llegué al hotel donde concentrábamos en taxi, y de ahí nos fuimos al estadio. Cuando me fui, lo hice con Gabriel Cedrés en su auto, porque no llevé el mío. Él vivía cerca del Monumental y me dejó sobre Cabildo para tomar un taxi. Estuve 10 minutos esperando con todos los hinchas de River. Yo tenía la medalla puesta dentro del pantalón y estaba vestido con la ropa del club. Pasé mucho miedo y me decía: ‘Que no me la roben’. Ahí me tomé el taxi y el conductor no me registraba, no se dio cuenta que estaba llevando a un campeón de América. Pero llegué sano y salvo a Caballito”, recuerda muy risueño el hombre de 52 años.
Luego de una temporada en Nuñez, pegó el salto a España. Jugó en Real Sociedad, donde se convirtió en ídolo. Luego, lo buscaron del Milán y la Juventus de Italia, y terminó su carrera en el Atlético de Madrid a los 31 años, producto de una lesión en uno de sus tobillos que le generó un dolor que todavía padece.
“Los últimos dos años en el Atlético fueron de sufrimiento. Estuve 24 meses sin jugar por la lesión. En julio de 2003 le dije al entrenador Gregorio Manzano que me retiraba. Me quisieron convencer, pero no quería saber más nada. Me hicieron la despedida en un partido contra Boca Juniors y regresé a mi pueblo con mis amigos”, revela el Negro Gómez en diálogo con Infobae.
– ¿Qué es de tu vida, Juan?
– Trabajo en la intermediación de jugadores mediante los vínculos que me han quedado en Europa con la intención de darles oportunidades a los chicos que no la tienen, especialmente a los del Interior que quedan varados por falta de oportunidades. No es que no tengan talento, sino que no tienen oportunidades y yo los acerco a diferentes clubes para que logren su primera prueba.
– ¿Cuánto hace que llevás a cabo este trabajo?
– Hace cinco años. Al vivir en Corrientes me cuesta mucho llevarlo a cabo porque no me gusta salir de allí. Hace un tiempo estoy en sociedad con Sergio Campos, con quien hacemos un lindo equipo de trabajo y fue el que me animó a meterme en esto.
– ¿Qué significa Curuzú Cuatiá en tu vida, que hace que te cueste salir de Corrientes?
– Salí de mi pueblo natal a los 17 años con dos objetivo bajo el brazo: triunfar en el fútbol y regresar cuando concluyera mi carrera. Así que gracias a Dios pude lograr ambas cosas, y hoy estoy con la gente que quiero en mi lugar en el mundo y vivo como quiero, me siento un privilegiado.
– ¿Dónde tuviste tus primeros pasos con la pelota?
– En un canchita que había dentro de una escuelita ubicada frente a mi casa y a la de mi abuela. Nos criamos todos los chicos del barrio en esa escuelita y vivíamos en la cancha. Jugábamos descalzos y con un pan en la mano. Nos pasábamos todo el tiempo detrás de una pelota y costaba mucho tener una. En el pueblo, un solo chico la tenía y estábamos todos pendiente de él. Ahí di mis primeros pasos y descubrí la pasión por el fútbol.
– Viviste en Madrid, en Buenos Aires y en San Sebastián. ¿Por qué Curuzú Cuatiá es tu lugar en el mundo?
– Tiene mis raíces y mis primeros pasos en la vida. A esa canchita, que ocupaba toda la manzana dentro de la escuela, mi viejo la recorría todos los días cuando iba a trabajar como herrero y nosotros caminando detrás de él llorando porque queríamos ir a jugar a la pelota. Pero no nos dejaba ya que teníamos que ir a trabajar con él. Allí pasé los mejores años de mi vida, conocí a mis amigos de la infancia, a los que estuvieron y están siempre, y mi historia está escrita a fuego en mi pueblo, más allá de que el fútbol me llevó por otros lados.
– ¿Son pocos los correntinos que llegaron a Primera División?
– En la provincia hay un gran déficit de formación de futbolistas. No hay formadores y eso hace que todo sea un poco más difícil. Hoy está Maximiliano Salas de Curuzú, que es la nueva adquisición de Racing Club. Es un chico por el cual me saco el sombrero por su lucha y perseverancia, por todo lo que peleó para estar en un equipo grande del fútbol argentino.
– Siendo uno de los pocos correntinos que debutaron en Primera en la historia, ¿cómo llegaste por primera vez a Buenos Aires?
– Llegué solo, con la intención de ir a Atlanta a probarme porque mis tíos vivían en Villa Crespo, a un par de cuadras de la cancha. Llegué una semana después del día de la prueba porque a mi papá le costó conseguir el dinero para que pudiera viajar. Y cuando arribé, le dije a mi hermano mayor que me llevara a probarme a ese club. Resulta que nos tomamos el colectivo 42 que pasaba cerca de la casa, pero como ya era tarde, nos bajamos en el Monumental de Núñez e hice mi primera prueba allí. A la tercera prueba, Martin Pando y Federico Vairo me terminaron fichando en la Sexta División. Luego de varios partidos como titular, empecé a faltar a algunos entrenamientos.
– ¿Por qué?
– Porque trabajaba a la mañana y entrenaba por la tarde. Me tenía que levantar a la 5 quedaba libre a las 13 para ir a entrenar. Trabajaba en una imprenta. La gente de la empresa se portó muy bien porque me daban la oportunidad de ir a los entrenamientos. Pero hubo días en los que me caía por el cansancio que tenía. Entonces, cuando volvía del trabajo, el 42 pasaba por la esquina de mi casa, y en lugar de seguir para el estadio, me bajaba para ir a dormir. De esta manera, terminé quedando libre en River.
– Entonces, ¿cómo llegaste a Argentinos Juniors?
– Luego de River, fui a probarme a varios clubes, entre ellos. Ferro Carril Oeste y quedé en Argentinos. Miguel Micó me dijo que me iba a fichar en Ferro, pero como entrenaban en Pontevedra, me quedaba lejos y no fui más. Entonces, elegí Argentinos porque Julo Bracco, un amigo mío y de José Pekerman, me recomendó. Así que pasé la prueba que hice en la cancha de General Lamadrid en Villa Devoto. Recuerdo, que al llegar, observé que el campo de juego estaba pelado y arenoso como el de la escuelita que había en mi pueblo y me dije “hoy acá la rompo”. A los 20 minutos de haber comenzado la prueba, Pekerman me apartó y me dijo que me iban a fichar en el Predio de Malvinas.
– ¿Qué fue Pekerman en tu vida?
– José siempre fue una persona muy especial para mí, como un padre. Siempre lo tuve en ese altar porque me ayudó en todo. Para los que venimos del Interior, triunfar en el futbol tiene un mérito mayor que un chico que vive en Buenos Aires, por el desarraigo, ya que deja su familia; por las necesidades y un montón de tormentas que va encontrando en el camino. Entonces, Pekerman siempre tuvo un abrazo para los chicos que venían del Interior. Él nos acompañó no solo por su sabiduría, sino por ser de buena persona. Nos llevó a merendar a su casa. José me dijo que iba a jugar en Primera División y le respondí que no tenía duda de que eso iba a pasar. Pero sabía que debía seguir trabajando.
– ¿Qué recordás de tu debut en Primera?
– Fue el 6 de octubre de 1991 contra Quilmes en cancha de Ferro. Me sentía como si estuviera jugando en la escuelita de Curuzú por lo relajado que estaba. Ganamos 1-0 con gol del Pipa Gancedo, y me expulsaron por doble amarilla. Ángel Comizzo estaba disputando sus últimos partidos y me acompañó hasta fuera del campo de juego diciéndome que “no pasaba nada”. Al Nene no lo volví a ver para agradecerle por ese gesto. Lloré todo el partido: desde que empezó hasta que terminó. Cuando finalizó el partido, me bañé y me dije que ya estaba realizado. Me podía volver tranquilo a Curuzú porque había cumplido mi palabra: muchos me decían que estaba loco, que no iba a lograr debutar en Primera. Todo lo que vino después fue un regalo de la vida.
– Lo que vino después fue River Plate…
– Si, jugué cuatro años en Argentinos. Un día, estábamos haciendo la pretemporada en Villa Carlos Paz y me comunican que había sido vendido a River y que me debía presentar en Buenos Aires a los tres días. Me llamó Luis Veiga, ex presidente del club, para decirme que me vendió al Millonario. La verdad que fue una sorpresa muy linda porque mi sueño siempre fue jugar en River o en Boca, ya que son los máximos equipos del fútbol argentino. Me tocó jugar en River, que es mucho más grande.
– En ese club, ganaste la Libertadores ´96 y fuiste el jugador con más presencia en esa Copa…
– Sí, es parte de la suerte que tuve en el fútbol y en la vida misma. Porque hay muchos grandes jugadores con carteles más importantes que el mío, con trayectoria más importante que la mía, y sin embargo, no han tenido la suerte de ganar esa Libertadores. Yo estuve un año y la ganamos, así que estuve en el momento justo e indicado. Fui el único que disputó los 14 partidos y es un orgullo muy grande, a pesar de que mi nombre no le llegaba ni a los tobillos a los compañeros que tuve a mi lado.
– ¿Cómo fue jugar junto a Marcelo Gallardo y Enzo Francescoli?
– Indudablemente fue un River que marcó una etapa, de los mejores equipos de River de los últimos tiempos, más allá de los logros que tuvo el de Marcelo. Fue una experiencia inolvidable, ya que di varios batacazos en un año. Luego de un Superclásico, terminé siendo la figura de la cancha por encima de Maradona y Francescoli, y me dieron el premio Chamigo. Cuando me venden a España, fui el defensor más caro del fútbol argentino. Y, durante la Copa, disputé los 14 encuentros. Son todos logros muy importantes en mi carrera.
– ¿Qué fue lo primero que pensaste cuando levantaste aquella Copa?
– Pasa tan rápido todo que a los tres días volvimos a competir por el torneo local. Entonces, en lo único que pensé fue en cómo deberían estar mis amigos de contentos, y mi familia. Luego, era todo una película y me di cuenta de que fui uno de los protagonistas.
– ¿Qué pasó luego de la coronación en el Monumental?
– Recuerdo que hacia un frío bárbaro esa noche. Previo a la final, llegué en taxi al estadio. Cuando me fui, lo hice con Gabriel Cedrés en su auto porque no llevé el mío. Él vivía cerca del Monumental y me dejó sobre la avenida Cabildo para tomar un taxi. Estuve 10 minutos esperando con todos los hinchas de River. Yo tenía la medalla puesta dentro del pantalón y estaba vestido con la ropa de River. Pasé mucho miedo y me decía: “Que no me la roben”. Ahí me tomé el taxi y el conductor no me registraba, no se dio cuenta que estaba llevando a un campeón de América. Pero llegué sano y salvo a Caballito (risas). Hoy, esa medalla está colgada en el Museo de Leyendas en Madrid junto con la camiseta de River que usé en dicha final. Se la doné a mi amigo Marcelo Ordaz. Me quedé con botines y camisetas, pero no soy de guardar muchas cosas.
– De River te fuiste a Europa. ¿Cómo fue ese salto al Viejo Continente?
– Viajé con mucha incertidumbre, miedo y con el cuchillo entre los dientes. Todo debía salir bien porque era mi trabajo. Además, era campeón de América y tenía que estar al nivel de las circunstancias. Los primeros seis meses en la Real Sociedad fueron complicados. No pudimos adaptarnos. El técnico Javier Irureta me aclaró que no me había pedido. El presidente del club de aquel entonces me pidió que tuviera paciencia, y me aclaró que el entrenador se iba a ir, que estuviera tranquilo porque confiaban en mí. Nunca dejé de tener fe en mí. Cuando se fue Javier, llegó Bernd Krauss, y nos fuimos de pretemporada a Holanda. En la primera práctica de fútbol, el alemán me agarró junto a un traductor y me manifestó que me iba a tener en cuenta. Ahí empezó todo lo lindo en la Real Sociedad y me saqué un peso de encima.
– ¿Es cierto que otros equipos europeos de primer nivel también fueron a buscarte?
-Sí. Con el Real disputamos la Copa UEFA y disputé mi mejor partido en Europa con la Real Sociedad ante el Atlético de Madrid, de visitante. Perdimos y quedamos eliminados. Pero, al término del encuentro, vino a verme Arrigo Sacchi, entrenador de aquel entonces del Milan de Italia, para felicitarme por mi rendimiento. Sinceramente, no entendía nada porque habíamos perdido y al argentino bajo estas circunstancias no nos entran las balas. Dos semanas después, viene mi representante para decirme que me querían el Milan y la Juventus de Carlo Ancelotti. Ese momento fue doloroso porque sabía qué le iba a decir que no a clubes tan importantes que me buscaron en el momento menos indicado para irme. Yo era muy feliz en San Sebastián y decidí quedarme en la Real Sociedad.
– ¿Por qué decidiste quedarte?
– Los dos clubes italianos a nivel mundial eran muy grandes y poderosos económicamente. Pero cuando nacés siendo humilde y no tenés nada con dinero nunca te van a correr. Yo prefería más la vida que tenía en San Sebastián por el trato que me dieron, y hoy con 52 años me doy cuenta de que estuvo bien la decisión que tomé.
– Entonces, ¿por qué en algún momento dejaste la Real Sociedad para ir al Atlético de Madrid?
– Porque fue la tercera vez que vino el Atlético de Madrid a buscarme. Había venido dos veces, y en la tercera no pude negarme. Había arribado el entrenador Javier Clemente a la Real Sociedad, conocido hincha del Athletic Bilbao, pero pasó a dirigir a su clásico rival de toda la vida. Entonces, hablé con el presidente de la Real y le dije que no entendía cómo lo habían contratado a él. Me respondió que confiaban en Clemente. Primero, fue desastroso su paso por la Real Sociedad. Segundo, es un anti argentino total y me hizo la vida imposible. Era el capitán del equipo, tenía tres años más de contrato y me borró. Ni bien llegó, me comunicó que “te vas a tener que buscar club porque conmigo no vas a jugar”. Entonces en ese momento cae el Atlético de Madrid, que bajaba a Segunda División.
– ¿Qué te atrapó para ir al Atlético?
– Me pareció un lindo desafío para quedar en la historia del club, con el objetivo de regresarlo a Primera División. Por eso tomé esa decisión. Mi balance fue más pena que gloria, porque en el anteúltimo partido del torneo de Segunda División me lesioné en uno de mis tobillos y estuve dos años en tratar de recuperarme; no pude volver a jugar. Ese año, el Atlético me fichó como el refuerzo estrella del equipo. Fui elegido como uno de los mejores extranjeros de la segunda categoría, pero el objetivo colectivo de subir a la máxima categoría no lo logramos.
– ¿Por qué colgaste los botines a los 31 años?
– Fue por la lesión. Me operé y estuve durante dos años intentando recuperarme, pero no lo logré. Recorrí muchas partes del mundo viendo especialistas en la materia pero al final nunca pude terminar de arrancar. Para curar la herida que dejó mi paso por el Colchonero, en el 2017 hicieron un partido de leyendas y me invitaron a participar en el último partido en el Vicente Calderón, estadio que no existe más porque lo tiraron abajo. Le pregunté al organizador: “¿Por qué me invitaron si no soy leyenda del club?”. Me respondió: “Si no te hubieses lesionado, hubieras sido ídolo nuestro”. Sus palabras me sanaron un poco la herida, y me calmó el dolor.
– Cuándo te retiraste, ¿decidiste quedarte en Madrid a vivir o te volviste a tu pueblo?
– El 25 de agosto de 2003 me hacen un partido de despedida en un partido contra Boca en el Vicente Calderón, con 45 mil espectadores. Me entregaron una insignia de oro y brillante. Llevé a todos mis amigos del pueblo: al carnicero, al camionero, al plomero, al electricista, a todos. Estuvieron presentes viendo el partido, nos fuimos a pasear por España durante un mes y luego, nos volvimos a Curuzú.
– ¿Cómo manejaste el post retiro?
– Cuando decido dejar el fútbol, me saqué una mochila de encima y empecé a vivir la vida. Estaba jugando en el Atlético, y por ejemplo estaba un mes desaparecido y luego volvía al campo. Así me la pasé todo el año. Eran muchas presiones que a la larga me terminaron afectando, y cuando dejé el fútbol fue un alivio. Todavía me duele el tobillo y todos los días me recuerda por qué dejé el fútbol.
– ¿A qué te dedicaste luego de colgar los botines?
– Compré camiones, puse una escuelita de fútbol, empecé un proyecto inmobiliario, pero el ambiente del fútbol me fue llevando nuevamente y con los chicos encontré un lugar para seguir conectado a la pelota.
– ¿Pudiste hacer un buen colchón de dinero para vivir cómodo a los 31 años?
– No se trata de un colchón de dinero que puedas hacer, sino de qué hacer con tu dinero, de cómo lo terminas manejando porque todo depende del momento en el que te encontrás y con la gente que te rodeás. Entonces, hice muchas cagadas en negocios que no tenía ni idea porque me fueron llevando y arrastrando. Invertí en camiones que luego tuve que vender, y también en otros negocios, pero lo importante es que corté a tiempo para subsanar. Hoy, gracias a Dios vivo bien, como quiero, con quien quiero y donde quiero.