Fue campeón del mundo con River, marcó un gol clave frente a Boca, pero debió convivir con las dificultades del retiro: “No lo pude manejar”
El 27 de octubre de 1985 se enfrentaron River Plate y Boca Juniors en el Monumental, en un partido histórico y vibrante que se definió por la mínima diferencia. Ganó el local por 1 a 0, con un zapatazo desde el sector izquierdo de Alejandro Montenegro, que se clavó en el ángulo de Hugo Gatti. “Ese gol marcó un antes y un después en mi carrera. Gracias a Dios, quedó marcado para toda la vida. Empezó siendo un centro desde la izquierda a derecha, pero luego me tocó finalizar la jugada. Quise pegarle al arco de una”, recordó el ex lateral izquierdo en diálogo con Infobae.
“¿Si fue una tarde soñada? No, para nada. Mi tarde soñada fue cuando le pude comprar la casa a mis padres”, cuenta este ex futbolista de 60 años que hoy trabaja como coordinador de inferiores de All Boys.
Montenegro dejó su huella en la banda izquierda riverplatense bajo el mando del Bambino Veira. En 1985 ganó el torneo local. Una temporada más tarde integró el equipo que se coronó en la Libertadores 86 y la Intercontinental del mismo año en Japón frente a Steau Bucarest de Rumania. “Queríamos quedar en la historia del club, no ganar plata. Por haber ganado la Libertadores cobramos 50 mil dólares cada uno, muy poquito”, recuerda el ex defensor.
Años después, ya retirado, Montenegro volvió a la institución en el área formativa. Trabajó en infantiles e inferiores. Sin embargo, arrancando este 2024, Montenegro presentó su renuncia.
– ¿Qué es de tu vida ahora, Alejandro?
– Estoy viviendo un presente muy importante en el Club Atlético All Boys. Soy el Coordinador general las categorías de Cuarta a Novena División. Me siento muy contento de volver a trabajar y hacer lo que más me gusta, que es estar cerca de los chicos y tratando de realzar este trabajo que es tan lindo.
– ¿Cuál es el trabajo específico que llevas a cabo?
– En este club hacemos muchas cosas que lamentablemente en otros no podemos hacer. La planificación es lo primero y básico que debe tener un coordinador. A diario, esperamos la llegada de los jugadores y ya tenemos armada la rutina de trabajo, con las canchas seleccionadas para comenzar, y además coordinamos con los entrenadores sus materiales de trabajo junto a sus preparadores físicos. Observamos que todo esté en orden y en condiciones para que pueden tener un buena jornada laboral.
– ¿En River Plate cumpliste la misma función?
– No. Al principio, coordiné las divisiones infantiles junto con Juanjo Borrelli, pero después fui trabajando en las diferentes categorías. Hoy, cumplo otra función a pesar de que también ayudo en las diferentes categorías grandes. La idea es que a los chicos no les falte nada y estarle encima para poder de cierta forma llevar a cabo estos primeros pasos de los juveniles
– ¿La ilusión de los chicos que juegan en el Ascenso de llegar a Primera es la misma que para aquellos se desarrollan en el Millonario?
– La ilusión de llegar a la Primera de River es muy grande. Pero si no llegas, te golpea aún más fuerte porque no llegan tantos jugadores. Generalmente, uno de tres por categoría llegan a Primera: uno se consolida, otro la pelea y al restante le hacen un contrato y se va a préstamo. El resto no llega, y no hay mucho margen en las categorías. La ilusión siempre está. Pero lo bueno es que nosotros cumplimos un rol de tratar de ayudarlos porque si no triunfan en el equipo de origen, los ayudamos para que lleguen a otros clubes, ¿no?
– Fuiste lateral izquierdo durante toda tu carrera. ¿Hoy cuesta encontrar un defensor por ese sector en las divisiones inferiores con futuro de Primera?
– No salen muchos laterales ni centrales zurdos. Hay centrales derechos que juegan por la izquierda pero son posiciones difíciles de seguir, porque los chicos no están acostumbrados a jugar en ese sector de la cancha; no quieren jugar en esa posición. Y además piensan que no tienen muchas chances de llegar a Primera. Sin embargo, existen muchachos que arrancaron en otras posiciones y terminaron jugando de lateral, y lo hacen muy bien.
– ¿A vos te nació de chico ser lateral o te fuiste adaptando a ese puesto?
– Arranqué en el baby fútbol como lateral izquierdo. Desde mis inicios hasta el final de mi carrera jugué en ese puesto. También, lo hice por la derecha, y jugué de marcador central, pero siempre me caractericé de jugar en una posición que no se caracterizaban otros y mal no me fue (risas).
– ¿Cómo se dio tu llegada al Millonario?
– Por una casualidad del destino. Quedé libre en la Cuarta de Ferro Carril Oeste, y por intermedio de un amigo de mi cuñado salió la posibilidad de probarme en River. La prueba me la hizo Martín Pando y quedé. Fue el mismo entrenador que me hizo debutar en la máxima categoría. Debuté en 1983 tras un conflicto de los jugadores de Primera División siendo juvenil. Luego, me fui a Chacarita Juniors durante la temporada 84, y volví a River para integrar el plantel de Héctor Bambino Veira.
– ¿El día del gol a Boca fue la tarde soñada en tu vida?
-No, mi tarde soñada fue cuando le pude comprar la casa a mis viejos. Fue la tarde más importante de mi vida. Es algo que le recomiendo a los chicos que tienen la posibilidad de jugar en Primera, porque primero se compran un auto que vale millones de pesos y no ayudan a sus padres. Antes de ser campeón de América y del Mundo con River le compré a mi familia una casa que nunca habían podido tener y donde vivieron hasta el final de sus días.
– ¿Con el primer sueldo le compraste la casa?
– No, fue tras ganar el primer torneo con River en 1985. Hoy se manejan otros valores y hay más facilidades para comprar una casa. Pero no hay mejor trofeo que poderle brindar a tu familia lo que uno puede lograr, como también ver a tu padres contentos y que ellos están orgullosos de lo que uno estaba haciendo.
– ¿Cuánto cobraron por haber ganado la Libertadores 86?
– Entre todo el torneo, sumando todas las instancias de la Copa Libertadores, cobramos 50 mil dólares cada uno; muy poquito. Te alcanzaba para comprar una casita, nada más.
– ¿Qué recordás de aquel superclásico que fuiste el héroe de la tarde?
– Ese clásico no lo iba a jugar. Porque el partido anterior no tuve un buen juego y el Bambino Veira me había sacado en el entretiempo. Entonces, se dudaba de mi participación en el Superclásico. Durante la semana previa, entrené muy duro y fuerte. El Bambino volvió a confiar en mi por la entereza y las ganas que le ponía de volver a jugar, y parece que los dioses se alinearon y tuve la suerte de convertir el gol del triunfo.
– También integraste el once que le ganó a Boca Juniors con dos goles del Beto Alonso el día de la pelota naranja…
– Así es. El día de la vuelta olímpica. Es histórico, porque son partidos que te marcan en la vida y quedas en la historia de la institución. Es un orgullo y me sirvió como guía y experiencia para vivir un montón de situaciones lindas, y no tan lindas. Por eso, hoy tengo la posibilidad de vivirlas y contarlas.
– ¿Qué cosas no lindas viviste en River?
– En el fútbol tenés más tristezas que alegrías; eso me enseñaron desde chico. Lo empecé a entender de grande. En las derrotas me encontré sólo junto a mi familia y los seres queridos, y cuando me fue bien, estuve rodeado de los amigos del campeón. En las derrotas se aprende muchísimo, pero hay que asumirlas y son parte de la vida.
– ¿En qué momento te quedaste sólo?
– Viví cosas feas cuando los entrenadores de turno no me querían en el plantel. No sólo no me tenían en cuenta, sino que directamente no me querían en el plantel, y disimulaban que me querían. Me pasaba que estaba, pero sabía que no estaba. Los entrenadores algunas veces se creen que son más que los jugadores y no es así. Te tiene, pero no te usa y es lo peor que le puede pasar a un futbolista; me ha pasado en varias instituciones. Los entrenadores deben decirles la verdad a sus futbolistas, ser honesto con ellos, no les debe esconder nada porque se dan cuenta enseguida.
– ¿Te pasó en River en algún momento?
– Si, me pasó en River en la época de Carlos Griguol, de César Luis Menotti y de Daniel Passarella. Eran tipos importantes que no te enfrentaban ni te decían las cosas en la cara. Te dejaban y falseaban. Me miraban y no me tenían en cuenta. No la pasé bien. Prefiero olvidarlo porque me hace mal. Pero me sirvió de aprendizaje para saber que no debo hacer cuando hoy me toca coordinar en un club.
– ¿Que tenía ese River del Bambino Veira que lo ganó todo?
– Tenía un gran respeto desde los grandes hacia los chicos y viceversa. Un orden disciplinado táctico, un fuego sagrado como lo llamaba el Bambino que parecía que el equipo jugaba enojado todo el tiempo. El equipo sacaba fuerza desde donde no la tenía.
– ¿Hoy la situación es otra en cuánto a lo que pretenden los jugadores?
– Y sí. No piensan en estar en el club o darle una alegría a la gente o a la institución, sólo quieren salvarse económicamente rápido e irse al exterior. Pero no solamente los jugadores, el mundo vive apurado. Hoy vivo con los pies sobre la tierra cada día que me levanto; disfruto bien y a plenitud. Gracias a Dios lo puedo valorar. Los jugadores de ahora no lo valoran. Para mí, un buen día hoy es un día vivido. Para ellos, es un día más, y quieren cuánto antes tener su primer contrato para luego irse al exterior.
– ¿Qué tal era el Búfalo Juan Funes?
– Juan era un nene en un cuerpo de adulto; tremenda persona. Un tipo bárbaro, muy pero muy humilde, muy humilde; muy humilde. Son pocos los jugadores que he visto con la humildad que tenía Juan. Fue una lástima que se nos haya ido tan temprano, pero tengo los mejores recuerdos porque siempre fue un tipo excepcional con el grupo, con los más chicos y los más grandes. Se adoptó rapidísimo a nuestro fútbol. Nosotros en el grupo de WhatsApp de River del 86 tenemos a Juan Pablo, su hijo, que cuando era chiquito estaba en los vestuarios y ahora lo tenemos grande con nosotros. La verdad que fue una pérdida muy grande para todos nosotros.
– ¿Que pasó en la previa a la final de la Copa Libertadores 86 con Funes que se lesionó tras volver a Colombia?
– Juan se desgarra uno de los isquiotibiales en Cali. Él no quería perderse la final en el Monumental. Cuando llegamos a Buenos Aires, su pierna eran dos mías, tenía una musculatura tremenda. Estaba prácticamente descartado para la final. Pero con el Tolo Gallego lo convencimos y fuimos a un médico acupunturista por Olivos. El doctor se llamaba Rubén Pratta, que no sé si seguirá vivo. En aquella época se usaba mucho la acupuntura en las orejas y le tocaba el nervio. El Búfalo tenía la pierna llena de sangre y era imposible que pudiera jugar. Pero ese método le anestesió el dolor, pudo jugar la final y terminó haciendo el gol del triunfo.
– ¿Era difícil frenar a Caniggia en sus inicios en River?
– Me hizo correr. Porque cuando él arrancaba… jugó para los suplentes en los entrenamientos y corríamos como loco junto a Oscar Ruggeri y el Tano Gutiérrez para frenarlo. Y el Bambino nos gritaba: “Si ustedes lo alcanzan, van a ser ligeros como él (risas)”. Por eso le decían “El hijo del viento”. Una excelente persona y gran tipo.
– ¿Con qué entrenadores alcanzaste tu mejor nivel?
– Tuve muy buenos entrenadores. Una lástima que no pude jugar en el River de Menotti por una cuestión qué nunca entendí. Pero anduve bien, con Veira, Roberto Saporiti, Eduardo Luján Manera, y en mis comienzos con Martín Pando, un docente en el fútbol que en estos momentos estaría dirigiendo una selección juvenil. También, tuve la posibilidad de ser dirigido por Federico Bairo y Adolfo Pedernera que me enseñó muchísimo. Además, me dirigió Don Manuel Guerra en Chacarita Juniors, Juan Antonio D´Acorsso. Pero voy a destacar al Bambino porque en mi carrera generó que no solamente sea un mejor jugador, sino una mejor persona.
– Tuviste un paso por San Lorenzo de Almagro, ¿qué balance haces?
– Muy bueno. Lo que pasa es que me tocó jugar en un momento muy difícil, porque el estadio no existía y entrenábamos en Ciudad Deportiva, donde hoy está el Nuevo Gasómetro. Jugábamos de local en Ferro Carril Oeste. Agarré un San Lorenzo que no estaba bien. Pero la verdad estuve dos años buenos. Tuve la mala suerte que en el segundo año me rompí el ligamento cruzado y ahí empezaron las continuas lesiones. Seguí jugando pero no volví al mismo nivel. Por este motivo, me retiré a los 30 años, muy joven, producto de las lesiones. Tuve doble rotura de ligamentos cruzados, primero en San Lorenzo y luego en Talleres de Córdoba. Así qué lamentablemente fue lo que me alejó de las canchas.
– ¿Cómo manejaste el retiro siendo tan joven?
– Muy mal. La verdad que no lo pude manejar. Dos años después empecé a tener psoriasis en el cuerpo, en las piernas, en la cabeza, y los nervios me jugaron una mala pasada. Hasta que pude entender que no era momento de volver a operarme y retomar el fútbol porque ya tenía 32 años. La verdad es que uno se prepara para jugar pero no para retirarse, esa es la gran diferencia. A veces el retiro lo podés manejar porque uno decide no levantarse a la mañana para ir a entrenar ya que no tiene más ganas, y luego tomas la decisión de abandonarlo. Pero otras veces, las lesiones o el destino te terminan retirando.
– En esos dos años, ¿tuviste un cuadro depresivo o mantuviste la cabeza en otro lado?
– Intenté hacer de todo, pero la pasé muy mal junto a mi familia, a mis hijos. Hasta que empecé a encontrarle un lado positivo a lo que es el fútbol. Arranqué el curso de director técnico. Luego trabajé en algunas escuelitas y empezó a picarme el bichito de estar ligado al fútbol, aunque sea de la línea de cal para afuera. De esta manera, comenzó mi carrera como entrenador.
– ¿A la edad de tu retiro, estabas económicamente bien para vivir de lo que habías hecho en el fútbol?
– Nunca estuve salvado para decir “no hago más nada”. Siempre tuve que trabajar o hacer algo para mantenerme. Siempre me pude defender frente a este bendito país. Soy un agradecido de la vida y de lo que me dio el fútbol.
– ¿Inmediatamente comenzaste a trabajar en las divisiones inferiores de River?
– No. Como todo el mundo fui armando mi carrera de entrenador. Arranqué en las escuelitas de fútbol, en Don Bosco. Pasé a cancha de once, tuve un paso por el baby fútbol. Después, me tocó dirigir en un Country hasta llegar al fútbol infantil de River. Hice todo paso a paso.