Jamal Murray, la estrella del campeón de la NBA que se forjó con entrenamientos extremos en el hielo y la nieve
Ontario. Canadá. El invierno pega muy duro. Las temperaturas llegan a los 30 grados bajo cero. Pero no hay excusas para el pequeño Jamal. Su padre sabe que es talentoso y que necesita disciplina para sacar lo mejor de su hijo. Y Roger, que es de la vieja guardia, le impone reglas y disciplina. A veces un tanto excesivas. “Vivíamos entrenando, en el gym, en el parque, en el patio de casa, donde fuera que hubiese un obstáculo más. Repetía el manejo de balón en el hielo, corría y hacía flexiones en la nieve, dominadas en un arco, levantaba las hojas que se caían del árbol del jardín de casa sin guantes, intentaba lanzamientos con ojos cerrados y, además, no podía irme del entrenamiento hasta que no metía 30 tiros libres seguidos. Había tarde-noches que me moría de frío, realmente, pero todo eso me daba mayor fortaleza, me convencía mentalmente de que podía hacer las cosas con cualquier obstáculo”. Hoy Jamal Murray recuerda con cariño aquellos esfuerzos extremos que hacía por orden de su padre. Para algunos pueden parecer un exceso para un chico, pero lo cierto es que hoy el canadiense es una estrella de su deporte y agradece aquel “servicio militar” que, al contarlo, nos recuerda a dos películas, mitad a Rocky IV y mitad a Coach Carter, dos icónicos contenidos de entrenamientos exigentes (boxeo y básquet) que se llevaron a la pantalla grande.
Está claro que Roger es especial, por decirlo de alguna forma. Un padre distinto que quería impartir disciplina en su hijo desde muy chico, sabiendo que tenía mucho potencial. “Tenés talento, debés aprovecharlo”, le repetía mientras le daba nuevas misiones. Además del entrenamiento, le hacía ver y leer historias del Templo Shaolin, el más famoso de China, pionero de las artes marciales y la vida espiritual. “Hablábamos de la disciplina que tenían, de la concentración y energía que veía durante las peleas de Kung Fu”, contó Jamal en un mini documental que se hizo sobre su vida hace algunos meses, en Denver.
En las películas de esa arte marcial encontró una pasión, quedando fanatizado por los movimientos, luchas y habilidades de los protagonistas. Pero, claro, lo suyo iba más allá de la diversión. “La mejor parte de verlas con mi papá fueron las conversaciones que generaron. ‘¿Ves lo bueno que es su equilibrio?, me acotaba’. Siempre se enfocaba en cosas realmente específicas y todo tenía una lección para mi”, relató. Uno de los grandes referentes era Bruce Lee, en Kung Fu, donde se enfocaba en “su juego de pies, su paciencia. Cómo usa su mente para derrotar al enemigo. El lado mental de las artes marciales es lo que entusiasmó a mi padre y me pasó a mí. Me di cuenta que definitivamente requerían otra concentración y energía”, explicó quien fue la otra gran estrella de los campeones Nuggets, promediando 26.1 puntos, 47% de campo, 40% triples, 7.1 asistencias, 5.7 rebotes y 1.5 robo en los playoffs. Una locura.
El padre siempre buscaba meter el kung fu en las prácticas. “Me ponía una venda en los ojos. Al principio no me gustaba pero me explicó que así se sentía cuando uno no tenía el control. Lanzaba tiros libres a ciegas mientras mi papá agarraba los rebotes y me gritaba cosas al oído para distraerme. Claro que no entraban muchos”, prosiguió. Luego de dejarle tirar con los ojos abiertos, volvía a vendarle los ojos para que repitiera el ejercicio. “Cuanto más lo hacíamos, más cómodo era no tener que depender de mis ojos. Cuando mi papá trataba de distraerme, solo estaba perdiendo el tiempo. Podía ver el aro en mi cabeza”, precisó quien en estas finales fue el factor X, complementando a Nikola Jokic, el mejor del mundo.
Casi por decantación, como camino de la filosofía, los Murray le sumó las famosas meditaciones orientales, que Jamal debía realizar diariamente, inhalando, exhalando, escuchando a su corazón y eliminando todo ruido exterior. Un ejercicio que debía realizar luego de cada entrenamiento físico. “Aprender a meditar es uno de mis primeros recuerdos”, reveló en el sitio The Players Tribune. Ya a los cuatro años, su papá lo sentaba en el sillón y buscaba que se quedara quieto mientras le hacía gestos para hacerlo reír o desconcentrarse, mientras el chico debía mantener el control y no reaccionar. “El objetivo no era fingir que no estaba ahí, era despejar mi mente y darme cuenta de todo lo que pasaba a mi alrededor”, contó.
Con el paso del tiempo comenzaron a hacerlo en lugares públicos. “Sentí que estaba desarrollando un músculo especial que nadie podía ver. Sin saberlo estaba entrenando”, agregó. Con el tiempo lo fue llevando a la práctica, cada día más. Sobre todo antes de los partidos. Jamal recuerda puntualmente el día que le sirvió hacerla en la previa de una semifinal en Ontario, cuando metió un triple para empatar el juego y luego de un robo, lo ganó de forma épica con un tiro de casi mitad de cancha. “Mirando hacia atrás, pienso en lo tranquilo que estaba. Mi mente no estaba corriendo. Me sentí concentrado”, precisó.
Para que el pequeño Jamal se enfocara en el plan diario, el padre le desconectaba el TV y le prohibía mirar el celular de su madre, porque está claro que no le iba a comprar uno… A veces, el chico se quejaba no entendía por qué no podía ser un chico normal, pero para el padre, un entrenador vocacional que era asistente en el secundario Orangeville HS al que terminó yendo su hijo, todo tenía un objetivo planeado. Las flexiones y las dominadas eran para sumar fuerza, los lanzamientos con la izquierda para que dominara ambas manos, los tiros sin mirar para sumar equilibrio y fluidez en la técnica, los ejercicios de dribbling en la nieve para controlar la pelota mejor que nadie, sin importar la circunstancia, las meditaciones para agregar calma, concentración y enfoque, las películas de Bruce Lee para entender esa filosofía tan distinta y hasta el juntar hojas sin guantes, en medio de heladas, para aumentar el umbral del dolor. “No sentía las manos, me acostumbré al dolor, pero lograba de alguna manera ignorarlo, como que me engañaba para no sentirlo. Y en eso me ayudó la mentalidad de kung fu, que me terminó convirtiendo en el hombre que soy, en el jugador que soy”, comentó quien nació el 23 de febrero el 97, en Kitchener (Ontario), como el hijo más grande de un padre jamaiquino y de una madre, Sylvia, con descendencia siria.
También le sirvió jugar con chicos más grandes, desde temprana edad. Desde que lanzó el primer tiro, en un aro portátil de plástico marca Fisher-Prince, se notó que era distinto y por eso fue casi inevitable, ya a los seis años, que se midiera con pibes de 10. Y en torneos. Así fue pasando procesos hasta llegar su etapa en una academia de básquet en Ontario que estaba diseñada para preparar a los jugadores en su búsqueda del siguiente nivel. Allí trasladó por primera vez todo lo que había aprendido con su papá y se convirtió rápidamente en el favorito del público.
Su primera gran prueba fue en 2014, cuando tenía 17 años y disputó el prestigioso Nike Hoop Summit. No descolló, totalizó 10 puntos, 5 rebotes y 5 asistencias, pero esa experiencia lo despertó. Se dio cuenta que todos esos grandes jugadores no eran más que él y de que, si quería, podía superarlos con trabajo duro y confianza. Un año después, Jamal volvió más fuerte y la rompió. Anotó 35 puntos, fue elegido MVP y el Team World logró la victoria ante Team USA (103-101), que contaba con talentos de la calidad de Brandon Ingram y Jaylen Brown, entre otros.
Murray fue por más y terminó siendo el líder de Canadá en el triunfazo frente a Estados Unidos en las semifinales de los Panamericanos. Jamal anotó 22 puntos en el último cuarto para forzar la prórroga y, una vez allí, hilvanó una sucesión de triples kilométricos que permitieron la hazaña por 80-74. Esa medalla fue la primera de Canadá en 70 años, todo gracias a un pibe de 18 años.
Fue cuando, definitivamente, los ojos estadounidenses se posaron sobre él y tuvo que mudarse a aquel país para jugar en la NCAA. Murray eligió la Universidad de Kentucky, básicamente por su programa y porque lo dirigiría el legendario entrenador John Calipari. Pese a su talento, nada fue fácil porque un duro Calipari cuestionaba, por momentos, sus alocadas decisiones y tiros. Pero, con el paso de las semanas, ambos desarrollaron una química especial y el base terminó aquel año universitario con promedios de 20 puntos, 41% triples y 5.2 rebotes. Tal fue su irrupción que esa media anotadora sigue siendo hasta hoy la más alta de un novato en la historia de la prestigiosa facultad. Su calidad, obviamente, necesitaba dar un salto y la NBA era la única salida posible. Abrió la puerta al profesionalismo en el draft 2016 y el 24 de junio fue seleccionado por los Nuggets en el pick N° 7.
Como cuando llegó a Kentucky, Jamal no pudo hacer pie en sus primeros partidos en la NBA y falló los primeros 17 lanzamientos. Fueron tres semanas devastadoras que intentó finalizar con meditación, intentando encontrar en su mente el equilibrio necesario para rendir en una liga profesional. Inhalando y exhalando encontró la manera de salir del pozo y un día todo volvió a la normalidad. Fue elegido Novato del Mes en noviembre y terminó la temporada 2016/17 con 9.9 puntos, 2.6 rebotes y 2.1 asistencias que sirvieron para demostrar en la NBA.
Su trabajo entre temporadas fue al nivel de disciplina que le exigía el padre de chico. Y en la segunda promedió 16.7 puntos, 3.7 rebotes y 3.4 asistencias. En la tercera ya pasó a ser una figura de la NBA y en la cuarta explotó, siendo esencial en la llegada del equipo a la final del Oeste. No se quedó ahí y luego trepó a 21.1 tantos, 4.8 pases gol y 4 recobres.
Estaba en su mejor momento en abril del 2021, cuando saliendo de contra en una jugada sintió un dolor insoportable en la rodilla izquierda y se dio cuenta de que era algo grave. Así fue nomás: rotura de los ligamentos cruzados. Ni siquiera quiso salir en silla de ruedas… Ya pensaba en sentirse fuerte y volver mejor.
Luego llegaron los momentos duros, el no poder caminar, las dudas si lo iban a canjear, porque era “un material dañado”, como les dijo a los directivos de la franquicia. Pero ellos confiaron en él, no lo cedieron y esperaron su regreso, que llegaría un año y medio después, en octubre del 2022.
Jamal fue de menor a mayor, hasta volver a ser la figura determinante en el éxito del equipo de Mike Malone. En la final ante Miami promedió 21.4 puntos y 10 asistencias, siendo el factor X del triunfo. Y así, 539 días después de aquella durísima lesión, estaba levantando el trofeo de campeón de la NBA. A los 26 años. Un premio a su personalidad, determinación y filosofía de vida. Y a aquellos ejercicios extremos de su padre que, lejos de quemarlo, le templaron el carácter.
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