El submundo de las apuestas en el tenis: ¿tiene solución?
TIU es la sigla bajo la cual se presenta la denominada Tennis Integrity Unit, y en su página web se define como “equipo de educación que se esfuerza por preservar la integridad del tenis brindando un programa superior que informa, educa y protege a los jugadores y a la gran familia del tenis contra la corrupción y los delitos relacionados con las apuestas en los partidos de tenis profesional”.
Esa es la descripción que se hizo al respecto en una publicación de Infobae de enero de 2020 en la que, fundamentalmente, se transcriben los tramos más poderosos, descriptivos y angustiantes de una entrevista que desde esa misma entidad hicieron con Nicolás Kicker, un muy buen tenista argentino, que jugó Copa Davis por nuestro país y llegó a estar entre los 50 mejores del mundo.
Para no caer en recurrencias ni poner en primer plano a quien padeció lo que pocos en este ambiente –tres años de suspensión por un par de partidos arreglados en torneos menores jugados cuatro años antes de la denuncia– les sugiero a quien le interese que utilicen cualquier buscador y con solo poner “tenista argentino sus…” automáticamente se completara la frase con “…pendido por arreglar partidos”. Entre los cuatro primeros títulos aparecerá el artículo. Antes aparecen los casos de otros tres jugadores argentinos, menos destacados que Nicolás, que también recibieron sanciones al respecto. Inclusive alguna con prohibición de por vida.
No vayan a creer que es un asunto argentino este de las apuestas y el arreglo de partidos. Tampoco que se trata de un asunto exclusivo del tenis. Sin embargo, hay razones objetivas que exponen a este juego mucho mas que a otros.
Dudo que sea relevante, pero quiero adelantar que no tengo nada en contra de las apuestas deportivas en sí. Es más. Debo tener alguna cuenta activa por ahí, aunque sin fondos. Sin embargo, entiendo que hay asuntos que, cuanto menos, llevan a cierta contradicción.
En los últimos tiempos, al menos cinco ex tenistas de relevancia recibieron sanciones vinculadas con el asunto. Al australiano Mark Philippoussis (finalista de Wimbledon) y los norteamericanos Bob Bryan (uno de los mejores doblistas de la historia) y Mardy Fish (ex top-ten), se le sumaron los dos casos más relevantes y paradójicos: el también norteamericano James Blake, quien llegó a ser 4º en el mundo, y el peruano Luis Horna, entre otras cosas campeón de Roland Garros en pareja con el uruguayo Pablo Cuevas.
Los distintivo de estos casos es que, además de ex jugadores, se trata de directores de torneos. Blake, ni más ni menos que el de Miami, y Horna, quien además es capitán de Copa Davis de su país, del certamen de Lima.
Algo más. En ninguno de los casos se los acusó de haber arreglado partidos. Ni siquiera de haber apostado. Eso sí, la reglamentación vigente incluye castigos a quienes siendo parte activa del circuito en cualquiera de sus roles promocione casas de apuestas. El caso de Horna es aún más peculiar: el jamás promocionó a la empresa para la cual, en realidad, escribió artículos de índole exclusivamente técnica. Es decir, a diferencia de los demás, nunca indujo ni invito a nadie a participar del asunto.
A esta altura es necesario, además, marcar una diferencia entre el mercado formal de apuestas y el clandestino, que es el que más afecto a la mayoría de los sancionados. Un negocio que encuentra en el tenis por la característica intrínseca del juego un señuelo ideal y que, como las apuestas incluyen desde los torneos más relevantes hasta algunos de los más modestos, muchos aspirantes a profesionales sin demasiados recursos económicos pasan a ser carne de cañón.
Para aquellos que nunca hayan apostado, un diferencial entre el tenis y los demás deportes es que, en algunos casos, sin que se haya jugado aún un solo punto ya hay decenas de líneas a las cuales jugar. Es decir, no se apuesta solo a ganador, sino a sets, games, punto por punto y demás. Para que puedan tener una dimensión de hasta qué nivel de circuito se puede poner dinero a manos de un tenista, hoy mismo se están jugando torneos denominados ITF 15.000 cuyo premio por ganar no supera los 2000 dólares, sin contemplar descuentos impositivos. Hay, por ejemplo, uno en Kazajistán en el cual se van a enfrentar un tenista ruso y otro ucraniano. Uno está 651 en el ranking y el otro 1426. Ninguno ganó en el año más de 1500 dólares. Uno de ellos, ya de 25 años, apenas si pasó los 16.000 dólares ganados en su carrera. Por favor, entiéndase que no se pone en duda la honorabilidad de nadie. Simplemente, los datos sirven para comprender el grado de vulnerabilidad al cual están expuestos tantos de aquellos que sueñan con un circuito rentable para una elite a la cual jamas llegaran.
Además, siendo mayormente un deporte individual, el tenis expone a cualquiera que pretenda ser autoridad a la compleja misión de determinar fehacientemente que lo que se está viendo tiene algo de anormal, de amaño, como dirían en España. O que sea adrede que un saque que suele viajar a 200km/h lo haga a 185km/h y complique la devolución. Más aún cuando vemos hasta en los grandes torneos partidos con sinuosidades que harían las delicias del mejor electrocardiograma.
Es un universo repleto de historias. Algunas bien creíbles. Otras inverosímiles. Unas cuantas que harían las delicias de Mel Brooks, Buck Henry, Leonard Stern, James Komack, geniales guionistas del Superagente 86.
Y alguna dramáticamente llamativa, como la muerte en 2009 del tenista francés Mathieu Montcourt a quien su novia encontró desvanecido fuera de su casa en Boulogne-Billancourt. Sufrió un paro cardíaco un día después de haber sido sancionado con cinco semanas de suspensión por haber apostado en partidos que él no jugó.
Finalmente, retomando el caso de Horna y Blake, las casas de apuestas se han convertido en un elemento clave en el sustento de un montón de áreas del mundo del deporte. Cada vez aportan más desde patrocinios diversos. Desde federaciones nacionales hasta equipos de fútbol o torneos de tenis.
Por ejemplo, el Miami Open, que dirige Blake. O la Copa Davis, de cuyo equipo peruano es capitán Horna.